Galopa la noche canalla a lomos de un disco de vinilo. Al tercer surco arañado por la aguja, ya me sabía de memoria todos los pliegues de tu falda. Mis dedos bailaron una saeta a la altura de tu ombligo, en aquellos tiempos en los que nunca habitaba el olvido. El jersey de tu corteza abandonaba sus escamas en la columna de la silla ajada por los fríos y las noches sin dormir después de aquellas mañanas de insomnio y de tinieblas. Tu cuello era un tobogán a la lujuria, aunque ya se habían marcado ... (ver texto completo)