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DEZA: Los nidos......

Los nidos...

Si repasamos un poco por encima la fauna de nuestro pueblo, podremos ver que había un montón de aves. Unas muy grandes como eran las “avetardas” (avutardas), que se comían los garbanzales, las uvas y los trigos y que alguna dejaba sus huesos pues eran muy apreciadas por la cantidad de carne que proporcionaban, nada menos que de 12 a 14 kilos; pero muy difíciles de cazar. Mi padre mató una en pleno agosto escondido en una acequia del campo y el tio Emeterio les zurró a un par de ellas por allá, por su casilla. Todo el mundo venía a verlas a casa después de muertas y admiraba sus grandes proporciones.
¡Si viviera mi Edmundo para que la viera, decía el tio Emeterio recordando aquel hijo pequeño que habían perdido recientemente…!
Las avutardas se dejaban acercar mucho si ibas con caballerías. El Galo que vivía en La Calle del Medio Celemín probó un día de tirarles montado en una mula, la cual se espantó al oír el disparo, tirándolo al suelo de mala manera fulminante. Lo malo es que tampoco cayó él y no la avutarda.
Hoy día es un ave protegida, como casi todo y se cría en algunos parajes en los que solamente se puede disparar contra ellas, la cámara fotográfica que no hace daño a nadie.
También teníamos el buitre que se comía las mulas, caballos y burros que se tiraban al Barranco Viscoso y las ovejas que fenecían por los campos del término. Era muy normal que cada quince días viéramos arrastrar el cadáver de alguna caballería, estirada por otra viva, por las calles camino de barranco en donde se echaba a rodar y donde los buitres y las picarazas, estarían a montones a los pocos minutos. Por cierto muchas veces apedreados por los chiquillos de La Puerta Cihuela entre los que siempre me encontraba yo. A ver si cogemos uno y nos montamos y volamos, solíamos decir.
El que cogió uno fue el Fausto, según me contaron. Tuvo la ocurrencia a atarle al cuello una campanilla y soltarlo. Y la casualidad de que estuviese el tio Aquilino labrando en los Llanos de Almanzorre y se le espantara la yunta y huyera con el aladro arrastras por las piezas.
Nosotros, los chicos de nuestro barrio pensábamos en coger algún buitre, como ya he dicho. Para ello había que cortar la lengua al cadáver y atarla por un extremo con un hilo bala y el otro lado, a un árbol cercano y así cuando se la tragara entera no podría escaparse igual que cuando un pez pica el anzuelo. El caso es que nunca pudimos hacernos con uno al que pensábamos montarnos y volar en sus espaldas. No hubiera estado nada mal…Unos émulos en potencia de aquel primer aviador llamado Ícaro y que cayó al suelo al derretirse sus alas de cera por haberse acercado imprudentemente al sol.

Sigue...

Un abrazo.