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DEZA: El acarreo....

El acarreo.

Tenemos hecho ya todo el proceso del segado. Ahora es cuando empieza el traslado de la mies a la era, que es lo que llamamos acarreo. El acarreo podía realizarse, según el abanico de posibilidades de cada labrador y de su astucia e ingenio. Lo de la astucia e ingenio lo digo porque todo aquel que segaba a mano, tenía su mies en la era mucho antes que los otros, por el simple hecho de que sus mulas estaban en camino nada más segar los veinte primeros fajos, con la particularidad de que la paja la dejaba hincada y no la traía a la era, con lo cual no tenía que trillar granzones, ni ablentarlos, ni meterlos al pajar. ¡Anda que no se ahorraba trabajos…!
Los de la maquinaria habían tenido sus mulas empleadas tirando de las mismas y por tanto perdiendo el tiempo que el otro ganaba. Recogiendo toneladas de paja que habrá que menear a mano, transportar con el carro o con sus mulillas, amontonar en la era, trillar, ablentar y muchas veces tirar al pajucero. Se que soy repetitivo; pero lo que quiero resaltar en estos momentos de reflexión, son las diferencias de una u otra modalidad, sin ánimos de criticar a nadie. De todas las maneras ya no hay remedio.
El acarreo que mas cundía era naturalmente el que se hacía con el carro si el camino y el lugar lo permitían. En Deza hubo una reticencia a usarlo debido a la configuración geológica del terreno puesto que para subir y bajar al campo se tenía que hacer por caminos muy empinados, de mucha pendiente, tal como la cuesta de San Roque y la imposible cuesta del Alto de las Escaleras. Una vez que se hizo la carretera a La Alameda, todo fue coser y cantar y más por el hecho de que las cargas se bajaban al pueblo cuesta abajo. Su trazado, serpenteando por la ladera del peñón fue el milagro que hizo que en Deza apareciesen los carros, como si fuesen setas. Casi todo el mundo llegó a tener uno.
Un carro en sí no tiene capacidad para cargas voluminosas a no ser que le añadas una balaustrada alrededor. Haciéndolo de esta manera, podías cargar toda una parva entera o sea lo que se trilla en un día, en una sola carretada, si tenías la fortuna de tener una era apropiada a donde pudieses llegar sin contratiempos.
Para acarrear a lomos de mula, se usaban las anganillas, ya descritas anteriormente. Se cargaban unos cinco fajos a cada costado, mediante unas sogas largas, llamadas acarreadoras. Hubo tiempos en que las sogas se fabricaban en el pueblo, con la fibra del cáñamo cultivado en las huertas; pero lo más normal es que fuesen de esparto, por lo tanto importadas de fuera. El acarreador o acarreadora pues de todo había, hacía la mitad del camino montado y la otra mitad andando. Se podía contar algún caso en el que el acarreador era tan pequeño que su padre lo montaba en medio de la carga y lo enviaba a casa encima de la mula, a los que la madre estaba esperando en la era para descarga a ambos. Una temeridad, sin duda; pero cierta.
Otra modalidad de traer mies a la era, consistía en cargarla en algadijos. Palabra que no existe en el diccionario pues debe ser endémica de este pueblo. El aparato consiste en un rectángulo de madera, equilibrado a los lados del animal, del cual se cuelgan unas grandes redes a las que se les echa todo lo que les cabe que es mucho. Para descargar se sueltan las redes y se extraen del aquel montón informe de mies.
Para terminar el tema diré que el acarreador fuese masculino o femenino fue un oficio muy a tener en cuenta. Había que recorrer grandes distancias a pie, a caballo y aguantando tormentas enormes por los caminos y por las sendas de todo el campo. Padeciendo sed hasta llegar a tu San Roque querido en donde en caso necesario tenías el portegao para refugiarte. Cientos de kilómetros en silencio viendo pasar las piedras entre tus pies y tropezando en alguna de aquellas que estaban tan bien hincadas en el suelo. Con tu sombrero, hecho de la misma paja que llevaban a cuestas tus mulas o con aquel pañolón que te cubría el rostro y que parecías una monja exclaustrada por el campo y agarrado a los cuatro pelos del rabo de tu macho noble, de tu mula torda, de tu castaña, que se sabía el camino con los ojos cerrados.
Nunca se podrá llegar a comprender, cómo diablos estábamos tan atrasados, hace tan solo cincuenta años. Desde los tiempos en que los romanos trillaban las mieses y acarreaban no se había adelantado absolutamente nada. O sea que en dos mil años de historia, el hombre estuvo dormido en todo lo referente a la agricultura y en verdad que le costó despertar...

Un abrazo.