Se podía haber alegado cuando nevaba, que en la escuela nos jodíamos de frío pues el edificio era espacioso y solamente había una pequeña estufa de serrín que no daba apenas calor. Empezaba a calentar cuando se prendía todo el aserrín (también se puede escribir así) y se ponía la estufa al rojo vivo. Pero eso solía pasar a última hora cuando teníamos que marchar a casa. Os podéis figurar como puede estar un niño con pantalón corto, con un sencillo jersey de lana, calzados sus pies con unas simples albarcas y quieto como una piedra durante tantas horas. Sólo se entraba en calor cuando salías chospando como los cabritillos en dirección a tu casa.
Un abrazo.
Un abrazo.
Puestos a alegar, podíamos haberlo hecho en cualquier época, de septiembre al abril, por la misma razón. No hacía falta que nevara para estar ateridos de frío. Claro que en aquellos tiempos algunos maestros de los que tuvimos nos calentaban de lo lindo. Sobe todo uno que tenía un palo de escoba al que llamaba doña tecla. Doña tecla, (esto suena a piano), daba conciertos muy variados pues muchas veces rebotaba en todas las cabezas de la clase y ya se sabe; cada una tiene un tono diferente por su medida, composición o apertura de boca, al ser golpeada,
Un abrazo.
Un abrazo.