Parece mentira que no mencionéis al Dario y a su esposa Trini. El nunca se ha perdido los toros y precisamente con su ayuda, las reses lidiadas en el ruedo, se convertían en esa sabrosa carne que se guisaba en la caldera común tal como se ve en la fotografía o en las calderetas que se impusieron más tarde y que cada cuadrilla guisaba a su gusto pues si se guisaban 30 calderetas no había dos que tuviesen el mismo gusto ya que cada cocinero tiene su estilo o como vulgarmente se dice, cada maestrillo tiene su librillo. Eso sí, todas a cual mejor. A mi parecer todas ellas capaces de transmitir a los dezanos, esa fuerza que el toro lleva en su interior y que se cree que se transpasa al que come su carne. Un abrazo.