Cada vez que hemos hablado de ajarbes en en manantial de Algadir, hemos nombrado siete: uno para cada día de la semana. No obstante tenemos que hablar de un octavo, que era el de la noche. A las ocho de la tarde, cada día se echaba el agua a los molinos que tenían ese derecho desde siempre y el agua una vez que había hecho su función que era moler, se quedaba casi a nivel cero, en la carretera. Desde un poco antes ya se comenzaba a regar y regaba primero el que se había tirado guardándola en la puerta de la cochera de los Tejedores, a lo mejor todo el día. Eso de guardar el agua consistía en estar presente una persona, era igual un viejo que un niño, en un sitio señalado y que no lo podías abandonar pues si no te quitaban la vez. Allí veías un niño que era lo más corriente sentadito y con su botija de agua. Allí le llevaban la comida y allí comía o lo relevaban para que fuese a comer a casa, si tenía algún hermanito de repuesto. Un abrazo, seguiremos...