Pandero, DEZA

Este es el pandero con el que mi madre llevaba al horno, sobre la cabeza, unos 25 kilos de masa con la que hacía sus hogazas de pan para el gasto de casa. Las hogazas en mi pueblo Deza, siempre se hicieron de dos kilos de peso y de forma redondeada. Nunca se comía el pan tierno pues antes de empezar a comer de la nueva hornada, había que acabar de consumir el que quedaba viejo durante lo menos dos jornadas. Se decía que el pan tierno y la leña verde, la casa pierden. Así que había que ser consecuentes con el refrán y nunca, salvo raras excepciones se empezaba el nuevo, recién traído. De todas maneras era otra especie de pan que el de ahora pues no se ponía duro y siempre estaba bueno, con aquellos grandes ojazos que lo hacían esponjoso y apetitoso. Yo me cortaba mi buen mendrugo para merendar y acompañándolo muchas veces con un cacho de tocino me iba corriendo a encontrar mis amigos para jugar hasta que tocaran a las oraciones, que era el tope de permanencia fuera del hogar.
Las pobres mujeres deberían cargar con este peso dos veces, el día del amasijo: el de ida para llevar la masa y el de vuelta para traer el pan calentitio del horno y a menudo, les pillaba lejos y cuesta arriba. Y eso cada diez días aproximadamente. Pero, claro, no se terminaba aquí la faena pues había que llevar y traer del lavadero, del mismo modo, el balde lleno de ropa. Y el cántaro de la fuente. Y...
Un abrazo.
Qué habra sido de tanto pandero que había en Deza... Porque estoy seguro que teníamos uno en cada casa y por lo tanto alrededor de quinientos. Casi todos habrán ido rodando cuesta abajo arrollados por el rodillo del tiempo y quedarán muy pocos. Este de la fotografía lo conservaba mi padre para amasar yeso y cemento para los apaños que hacía por casa. A una nieta suya se le ocurrió limpiarlo y con un poco de paciencia lo dejó en el estano en que lo vemos, que es mismo que tuvo en sus buenos tiempos....
Tenía mi padre una vaca; una sóla vaca. Pero esa vaca era excepcional pues nos dió mucha leche y tres o cuatro ternerillas que también llegaron a ser muy lecheras aunque no tanto como su madre. Creo que ella nos sacó de muchos apuros económicos pues siempre había cuartillos en casa, de resultas de vender su leche a varios vecinos. Viene a cuento todo ello porque hacía muy buena nata y la extendíamos sobre el pan y nos servía de merienda muchas tardes. Otras veces era el pan remojado con vino tinto,...
Veo que no pierdes el tiempo amigo Vicente, ya te has puesto a trabajar.
Por cierto ese pan que hacía tu madre ¿que tal estaba con nata de la de entonces con un poco de azúcar?
Lo dejo pues acabo de cenar y se me hace la boca agua.
Un abrazo