Hace unos días, agotado por el trabajo que me han dado los políticos, fuí a visitar a mi homeopata para que me diera vitaminas. Al entrar, en la sala de espera sólo había una chica guapísma. Alta, esbelta, de figura envidiable aunque cuando la observé más despacio comprobé que tenía la mirada un poco extraviada. No es que tuviera un ojo mirando a Cuenca, sino que estaba como abstraída, como transportada al más allá. Yo me senté en la silla de enfrente y mantuve un respetuoso silencio. De repente ... (ver texto completo)