SEGOVIA: Castillos de Segovia...

Castillos de Segovia
Castillo de Turégano

El Condestable D. Alvaro de Luna

Si hubiera que escoger una página de la historia de Turégano para que sirviera de pórtico explendoroso el pasado monumental y prócer de la villa, sin duda ésta, cuando se celebraron las mayores fiestas y solemnidades que “los hombres vieron nunca en Castilla”. Era el año 1428, y las crónicas de la época señalan que aque dia era viernes.

La fecha exacta del famoso “abrazo de Turégano” entre los dos personajes más importantes de la época, el rey Juan II de Castilla y el condestab le don Alvaro de Luna, viene señalada con exactitud en la Crónica de Halconero de D. Juan II: “viernes a seis del mes de febrero años suso escrito del Señor mill e cuatrocientos y veinte y ocho años”.

En las crónicas y documentos de la época se cuentan detalles tan pintorescos como éstos: el rey de Castilla “era venido a Turégano y estaba donde la Reina y todos los grandes del Reino; (…) no fue de pequeño precio el arreo y rico guarnecido que para el Condestable y los caballeros y escuderos de su casa se aderezó y fijó para aquella entrada en la Corte de Turégano. Alli fueron traídos plateros, argenteros, bordadores, y sastres de la corte del Rey y aun de fuera del Reino, que fueron ocupados en hacer guarniciones de oro y de plata, y cintas, y cadenas, y ropas, y otras bordaduras muy ricas como antes no habían aparecido en la Corte. El Condestable iba vestido de camino, de muyn nueva manera y muy rica, y llevaba tras de sí muchos pajes, y muy extraños caballos, y delante de sí llevaba muchos ballesteros a pie y a caballo, todos vestidos de librea, y con trompetas, y él iba en medio de prelados y caballeros. De esta guisa guarnecido y aderezado el Condestable hizo su entrada en la Corte, y como a una legua de que llegase a Turégno salían ya las gentes a recibirle. “Estaba también en la villa eopiscopal, por aquellos dias convertida en corte de Castilla, el rey de Navarra, su hermano el infante don Enrique, y multitud de arzobispos y prelados, y, “todos le hicieron muy alegre y gracioso recibimiento”. Dice la crónica que era tanta la gente que salió a recibir a adon Alvaro, que tardaron gran parte del dia en llegar al palacio donde el Rey estaba, porque “se empachaban lo0s unos y los otros por llegar a hacer reverencia y besar la mano al Condestable. En esta guisa acompañado y recibido entró el Condestable en la Corte, y cuando llegó el Rey, hízole gran reverencia, y el Rey se levantó de la silla donde estaba en el estrado y salió hasta el medio de la sala y le echó los brazos encima y lo tuvo así abrazado un rato y tuvo gran placer con él”.

Y continúa la Crónica: después “fue el Condestable a hacer reverencia a la Reina. ¿quién podría decir el gran placer que las dueñas y doncellas de la casa y la Reina tuvieron con el Condestable y sus cabelleros?. Tofdos a una voz diciendo que fuese buena su venida y que aquello era lo que todos deseaban. Y abrazando a los unos y a los otros, y llorando conb ellos de alegria, diciendo ahora es llena y cumplida esta Corte, y ahora estará la casa del Rey en su estado real; y después de comer, a la tarde, fueron todos con el Condestable hasta dejarlo en el palacion con el Rey que lo estaba esperando”.
Para conmemorar tan solemnes y trscendetes acontecimientos para la historia de Castilla, en Turégano, aquel seis de febrero de 1428, se firmaron los casamientos de hijo mayor del Conde Castro, que tenía poco más de trece años, con la hija segunda del Adelantado Pedro Manrique, de la misma edad, y del hijo mayor de este Adelantado, que pasaba de los dieciocho años, con la hija del conde de Castro, que aún no habia cumplido los siete años.
Fueron desposados públicamente en presencia del rey de Castilla, Juan II, y del rey de Navarra y de “todos los grandes que estaban en la Corte en el palacio de la Reina”.
La Crónica, que en esta ocasión no fue avara en detalles, añade que en aquella misma noche des desposorio público se hizo otro, esta vez muy secreto, del hijo mayor de Pedro de Stúñiga, que tenía más de dieciséis años, con la hija tercera del Adelantado Pedro Manrique, que sólo tenía trece, y que se hizo en secreto porque el conde y Pedro Stúñiga no estaban bien avenidos y el Adelantado no quería que lo supiese el de Castro.
(Victoriano Borreguero)


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