Marcelino. Esto và en tu honor. Cada vez las colectividades se parecen más entre sí. La globalización tiende a borrar fronteras. Segovia es una provincia con profundas raíces agrícolas y ganaderas. Labradores y pastores han sido los oficios más extendidos. Salvo en los siglos XVI y XVII en los que la industria lanera llenó de esplendor su economía, la vida de nuestra provincia ha transcurrido muy pegada al pálpito que marcaba el calendario agrícola y a su rebufo han surgido ciertos oficios y manifestaciones que nos diferencian sutilmente de otros territorios vecinos y que conforman eso a lo que, de manera vaga, se conoce como tradiciones y costumbres.
El esgrafiado, salta a la vista, es uno de los elementos distintivos de nuestra arquitectura, cuya profusión se puede apreciar tanto en la capital como en la provincia. Se trata de una aportación de origen árabe y consiste en una decoración de carácter geométrico y repetitivo que, valiéndose de una plantilla, se aplica sobre las fachadas y que se encuentra presente tanto en edificios populares como en monumentos tan singulares como el Torreón de Lozoya o el Alcázar.
Sin salir de la arquitectura, otra peculiaridad que asombra a los visitantes es la manera de colocar las tejas sin encabalgar que tan buenos resultados ofrece en esta tierra de fríos rigurosos.
Dos oficios en franco retroceso ligados a los montes son los resineros, dedicados a extraer la mierra del pino negral y los gabarreros, que se encargan de allegar las leñas muertas de los grandes montes comunales de pino silvestre de El Espinar, Valsaín y Navafría. Ambos oficios han creado una relación intensa con el bosque y, en el caso de los gabarreros, ha dado lugar a fiestas y exhibiciones deportivas de cortes y arrastres de troncos.
Los trillos de Cantalejo forman ya parte del pasado pero han marcado la personalidad de este pueblo pues, durante siglos, sus habitantes se dedicaron a fabricarlos y recorrieron la geografía española para venderlos junto con cribas, arneros y medias fanegas, dando lugar a la creación de una jerga popular llamada “la gacería”.
Segovia, Cantalejo, Turégano y Fuentepelayo albergaron en su día célebres ferias de ganado transformadas ahora, en los dos últimos casos, en populosas ferias de maquinaria agrícola. Además, en Navafría, a primeros de noviembre, se celebra una feria caballar de nueva creación donde concurren preciosos ejemplares.
El torno de ballesta fue, hasta hace unas décadas, un artilugio mecánico presente en todas las casas de Riofrío de Riaza; con él se hacían hastiles para herramientas, sillas torneadas, bolos o palos de danza, siempre con madera de roble procedente de los bosques de su término.
Por suerte, la matanza del cerdo sigue presente en muchas casas del ámbito rural. Y en la capital, ventas, mesones y barrios celebran matanzas para agasajo de grandes colectividades. De este modo el gran ritual del invierno segoviano permanece vivo.
En Navafría, convertido en museo, la familia Abán conserva el último martinete de cobre que hubo en España, un prodigio de la tecnología medieval, milagrosamente en activo hasta los último años del siglo XX.
La pelota, los bolos, el chito o la calva son algunos de los juegos tradicionales que van quedando relegados a las programaciones festivas pero apenas forman ya parte de los entretenimientos cotidianos.
El esgrafiado, salta a la vista, es uno de los elementos distintivos de nuestra arquitectura, cuya profusión se puede apreciar tanto en la capital como en la provincia. Se trata de una aportación de origen árabe y consiste en una decoración de carácter geométrico y repetitivo que, valiéndose de una plantilla, se aplica sobre las fachadas y que se encuentra presente tanto en edificios populares como en monumentos tan singulares como el Torreón de Lozoya o el Alcázar.
Sin salir de la arquitectura, otra peculiaridad que asombra a los visitantes es la manera de colocar las tejas sin encabalgar que tan buenos resultados ofrece en esta tierra de fríos rigurosos.
Dos oficios en franco retroceso ligados a los montes son los resineros, dedicados a extraer la mierra del pino negral y los gabarreros, que se encargan de allegar las leñas muertas de los grandes montes comunales de pino silvestre de El Espinar, Valsaín y Navafría. Ambos oficios han creado una relación intensa con el bosque y, en el caso de los gabarreros, ha dado lugar a fiestas y exhibiciones deportivas de cortes y arrastres de troncos.
Los trillos de Cantalejo forman ya parte del pasado pero han marcado la personalidad de este pueblo pues, durante siglos, sus habitantes se dedicaron a fabricarlos y recorrieron la geografía española para venderlos junto con cribas, arneros y medias fanegas, dando lugar a la creación de una jerga popular llamada “la gacería”.
Segovia, Cantalejo, Turégano y Fuentepelayo albergaron en su día célebres ferias de ganado transformadas ahora, en los dos últimos casos, en populosas ferias de maquinaria agrícola. Además, en Navafría, a primeros de noviembre, se celebra una feria caballar de nueva creación donde concurren preciosos ejemplares.
El torno de ballesta fue, hasta hace unas décadas, un artilugio mecánico presente en todas las casas de Riofrío de Riaza; con él se hacían hastiles para herramientas, sillas torneadas, bolos o palos de danza, siempre con madera de roble procedente de los bosques de su término.
Por suerte, la matanza del cerdo sigue presente en muchas casas del ámbito rural. Y en la capital, ventas, mesones y barrios celebran matanzas para agasajo de grandes colectividades. De este modo el gran ritual del invierno segoviano permanece vivo.
En Navafría, convertido en museo, la familia Abán conserva el último martinete de cobre que hubo en España, un prodigio de la tecnología medieval, milagrosamente en activo hasta los último años del siglo XX.
La pelota, los bolos, el chito o la calva son algunos de los juegos tradicionales que van quedando relegados a las programaciones festivas pero apenas forman ya parte de los entretenimientos cotidianos.