Antonio tenía acumulados varios años de consumo de cocaína, y su rutina estaba dirigida a buscarse la vida, conseguir la dosis diaria necesaria y, pasado los efectos, repetir la secuencia.
Ese día se encontraba en la
Plaza de Capuchinos, cerca de la imagen de fray Leopoldo, cuando una vecina, que sabía toda su
historia, se le acercó para saludarle y le comentó que la imagen era de un fraile de Alpandeire muy milagroso, y le aconsejó que le pidiera ayuda. Antonio apenas la atendió pues no creía
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