POVEDA DE LAS CINTAS: DESDE LA RELIQUIA DE NUESTRO QUERIDO CAÑO VIEJO....

DESDE LA RELIQUIA DE NUESTRO QUERIDO CAÑO VIEJO.

Ya sé que en estas fechas navideñas lo único que parece estar acorde con el ambiente que las rodea es intercambiarse mutuos deseos de felicidad de toda índole, y la fundamental, cuando no nos ha tocado la lotería ni aún el reintegro, la también archisabida de... ¡bueno, lo más importante es la salud, que tengamos salud!. Cuando yo era niño, recuerdo que en nuestro pueblo existía la sana costumbre de que cualesquiera povedano del nivel de cultura que fuere, al despedirse en su visita a casa distinta de la propia, siempre al terminar la misma utilizaba como frase de despedida, la antedicha alocución como la mejor oferta que pudiera desearse a quienes iba dirigida, de más o menos este tenor, ¡"Bueno... familia... que tengamos salud"!.

A este respecto, varios años después pude ser testigo de una anécdota un tanto curiosa que me hizo sonreir por lo que tuvo de espontánea en relación con la saludable dedicatoria del saludo povedano objeto de este comentario, anécdota que no me resisto a silenciarla.

Un modesto funcionario, soltero él, que se había comprado un flamante automóvil años ha, marca Citroen por más señas, previa firma de un montón de letras, su primera aventura con el vehículo fue desplazarse hasta su pueblo el primer sábado de que dispuso conduciendo el mismo en fecha víspera de las navidades de aquel año. Y precisamente también en día de niebla parecida a la que actualmente nos castiga. Hasta aquí, todo nomal y lógico.

Pero al regreso al día siguiente, domingo, ya de noche, precisamente en un cruce de obligado stop, fuere por su inexperiencia o por causa del fenómeno meteorológico de la niebla, lo cierto es que colisionó con otro vehículo que se encontraba parado reglamentariamente en un stop. Resultado: destrozo de la parte trasera, convirtiéndola en mil añicos, la del automóvil que se encontraba parado, y la delantera del suyo, peor todavía. Además, los dos vehículos finalizaron el viaje en grúa hacia un taller mecánico, y los ocupantes, con buena suerte, sólo algún rasguño.

El lunes, a las ocho de la mañana, hora en que tendría que entrar el trabajo nuestro intrépido conductor, ya se conocía en la localidad el hecho del accidente icluídos sus compañeros de oficina, pero aún sin saberse el resultado que hubiere sufrido el protagonista del mismo. Por consiguiente, la circunstancia de que a las 08,10 no hubiera llegado, se interpretó por todos como el inevitable hecho de que el accidentado en encontraría ingresado en algún hospital. Más héte aquí que, a las 08,15, es decir, cinco minutos despoués, mientras todos seguían comentando el suceso, nuestro flamante conductor hizo acto de presencia en dicho lugar de trabajo, serio, cabizbajo, dando largas zancadas, con cara de pocos amigos y sin mirar a ninguno de los que, expectantes, observaban aquella forma inusitada tan impropia de él, que más bien coincidía con la de un tipo simpático y dicharachero. Ni siquiera saludó con el clásico "buenos días".

Uno de sus compañeros, ante tan extraño comportamiento, le espetó: "pero hombre, a qué viene esa cara y ese talante tan avinagrao, todos sabemos que has tenido un accidente, pero tenías que estar contento porque lo más importe es la salud y tú la tienes intacta. Respuesta del interfecto: "qué puñetas de salud ni qué leches, a mi lo que me sobra es salud, lo que me falta son veinte mil duros p'a arreglar el auto".

Como vereis queridos paisanos/as, la anécdota es de las que hacen sonreir. No todos nos quejamos de lo que más vale, sino de lo que carecemos en el momento más inoportuno.

Y como estamos en tiempos de desear el clásico ¡Felices Navidades!, os las deseo una vez más, pero mejor con la salud al 100 por cien, sin pegarle demasiado al asado, al turrón y al cava.


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