Ambos conceptos merecen escribirse con mayúscula. Y ello porque, siendo la causa fundamental que motivara la Fiesta la de la entrada en "Quintas", que así se la denominaba popularmente a la ya referida de que todos los jóvenes varones que hubieran cumplido los 20 años, al siguiente eran objeto de recluta por parte del Ejército salvo contadas excepciones de carácter legal, obviamente por lo que este hecho, de por sí, ya comportaba. Baste decir que no pocos jóvenes, al terminar el cumplimiento de la "mili", tal experiencia daba lugar a que las circunstancias que forman parte de su vida las viera desde una perspectiva distinta.
El acontecimiento de la "mili" en cada pueblo casi siempre conllevaba ciertas connotaciones de "heroica" despedida familiar en virtud de la misión a desarrollar en destino una vez entrado en "quintas", cual era la de defender a la patria "hasta la última gota de su sangre", frase ritual en la jura de la bandera complementada con el simbólico hecho de que a cada uno de los reclutados se les facilitara, ya cumpliendo "mili", el inovidable fusil tipo "mauser" de los de la época, tan pronto hubiese llevado a cabo dicha jura, hecho que igualmente era realizado en acto público y solemne.
El correr los gallos era, a mi modo de ver, el acto aguerrido que mejor encajaba en la parafernalia belicosa de la época, y por tanto, en la Fiesta de los Quintos. De ahí el espectáculo de una demostración que configuraba valor y habilidad cual era la de montar un caballo, y a galope sobre los lomos del mismo, cada quinto habría de arrancar con su propia mano y sin pararse, la cebeza del enemigo, en este caso la de un pollo vivo de unos dos ó tres años, que colgado de una cuerda a la altura de unos tres metros aproximadamente, y con las patas atadas a la misma de forma que, por su propio peso, la cabeza del animal quedaba colgando, es decir, a tiro para ser arrancada de un tirón por el mozo de turno. Los vigilantes de la operación, encaramados sobre la viga de dos carros puestos "de pino", vigilaban la "ortoxia" del espectáculo sujetando la cuerda a la altura adecuada, y asimismo también, la de que cada quinto, a ser posible, no quedara sin cortar la suya, lo que no siempre sucedía.
El espectáculo también lo era el singular hecho de que, a quien se dirigiese el lanzamiento cariñoso de la cabeza del trofeo una vez conseguido y arrojado desde el caballo sin apearse del mismo, acto simbólico por cuanto, o bien la destinataria era la propia novia o bien la moza que el "quinto" pretendía que lo fuera en lo sucesivo. En un lugar donde todos se conocían y donde tantas conotaciones significaba el acto en sí, sobrado es decir que la aparatosidad belicosa del acontecimiento se complementaba con esta segunda parte de la expectación.
Dicho lo que precede, no debe extrañarnos la grandiosidad de la Fiesta de los Quintos, y el que, a pesar de que haya desaparecido el motivo que daba lugar a la misma, décadas después se sigue manteniendo, lo que ha dado lugar a que, además de mantenerse, de ella se hayan contagiado también las chicas que cumplen esos felices veinte años, circunstancia ésta que nos congratula. Dejo para otro día una 3ª parte.
Entretanto, un cordial saludo a todos.
El acontecimiento de la "mili" en cada pueblo casi siempre conllevaba ciertas connotaciones de "heroica" despedida familiar en virtud de la misión a desarrollar en destino una vez entrado en "quintas", cual era la de defender a la patria "hasta la última gota de su sangre", frase ritual en la jura de la bandera complementada con el simbólico hecho de que a cada uno de los reclutados se les facilitara, ya cumpliendo "mili", el inovidable fusil tipo "mauser" de los de la época, tan pronto hubiese llevado a cabo dicha jura, hecho que igualmente era realizado en acto público y solemne.
El correr los gallos era, a mi modo de ver, el acto aguerrido que mejor encajaba en la parafernalia belicosa de la época, y por tanto, en la Fiesta de los Quintos. De ahí el espectáculo de una demostración que configuraba valor y habilidad cual era la de montar un caballo, y a galope sobre los lomos del mismo, cada quinto habría de arrancar con su propia mano y sin pararse, la cebeza del enemigo, en este caso la de un pollo vivo de unos dos ó tres años, que colgado de una cuerda a la altura de unos tres metros aproximadamente, y con las patas atadas a la misma de forma que, por su propio peso, la cabeza del animal quedaba colgando, es decir, a tiro para ser arrancada de un tirón por el mozo de turno. Los vigilantes de la operación, encaramados sobre la viga de dos carros puestos "de pino", vigilaban la "ortoxia" del espectáculo sujetando la cuerda a la altura adecuada, y asimismo también, la de que cada quinto, a ser posible, no quedara sin cortar la suya, lo que no siempre sucedía.
El espectáculo también lo era el singular hecho de que, a quien se dirigiese el lanzamiento cariñoso de la cabeza del trofeo una vez conseguido y arrojado desde el caballo sin apearse del mismo, acto simbólico por cuanto, o bien la destinataria era la propia novia o bien la moza que el "quinto" pretendía que lo fuera en lo sucesivo. En un lugar donde todos se conocían y donde tantas conotaciones significaba el acto en sí, sobrado es decir que la aparatosidad belicosa del acontecimiento se complementaba con esta segunda parte de la expectación.
Dicho lo que precede, no debe extrañarnos la grandiosidad de la Fiesta de los Quintos, y el que, a pesar de que haya desaparecido el motivo que daba lugar a la misma, décadas después se sigue manteniendo, lo que ha dado lugar a que, además de mantenerse, de ella se hayan contagiado también las chicas que cumplen esos felices veinte años, circunstancia ésta que nos congratula. Dejo para otro día una 3ª parte.
Entretanto, un cordial saludo a todos.
Lo del Martes de Carnabal no termina con el hecho de la corrida de gallos, ni tampoco con la cena conjunta en compañía de familiares y amigos y la velada musical bailable el mismo día para todo el pueblo. En la noche del 30 de abril al 1º de mayo, eran los quintos quienes se responsabilizaban de colocar el "mayo" en el centro de la plaza del pueblo, hecho que requería el esfuerzo colectivo de todos ellos pues una viga de 40 ó 50 metros de longitud coronada por un ramaje apropiado para que parezca un árbol de semejantes dimensiones, y que durante todo el mes de Mayo se mantenga enhiesta en posición vertical, no era cosa fácil. Con tal motivo, nuevamente se organizaba otra noche memorable con la consabida camaradería e inscripciones más o menos ingeniosas cuyo slogan más repetido era el de "VIVAN LOS QUINTOS DEL AÑO TAL".
La mejor frase resumida de lo que durante muchos años supuso el fenómeno que dio lugar a la conmemoración de la fiesta de los Quintos, la protagonizó aquel Secretario del Ayuntamiento de Fuentelapeña, pueblo de la provincia de Zamora donde, allá por los años sesenta, con motivo de lo siguiente: el susodicho Secretario, ya más que veterano en el oficio de su cargo, con motivo de su tralado a otro Municipio, vino a sustituirle otro muy joven que como tal estrenaba el cargo. En el intercambio del papeleo y la revisión de la documentación pertinente entre ambos, como el veterano que se iba viera tan nervioso al que llegaba para sustituirle, en determinado momento, no pudiendo contenerse, le espetó esta lapidaria frase: "Tranquilo hombre, en el Ayuntamiento sólo hay que tener en cuenta dos cosas: "LOS CUARTOS Y LOS QUINTOS". ¡Genial, Sr. Secretario!. FIN.
La mejor frase resumida de lo que durante muchos años supuso el fenómeno que dio lugar a la conmemoración de la fiesta de los Quintos, la protagonizó aquel Secretario del Ayuntamiento de Fuentelapeña, pueblo de la provincia de Zamora donde, allá por los años sesenta, con motivo de lo siguiente: el susodicho Secretario, ya más que veterano en el oficio de su cargo, con motivo de su tralado a otro Municipio, vino a sustituirle otro muy joven que como tal estrenaba el cargo. En el intercambio del papeleo y la revisión de la documentación pertinente entre ambos, como el veterano que se iba viera tan nervioso al que llegaba para sustituirle, en determinado momento, no pudiendo contenerse, le espetó esta lapidaria frase: "Tranquilo hombre, en el Ayuntamiento sólo hay que tener en cuenta dos cosas: "LOS CUARTOS Y LOS QUINTOS". ¡Genial, Sr. Secretario!. FIN.