Próxima, muy próxima ya la fiesta agosteña de nuestro pueblo, la cual no he llegado a conocer suficientemente ni tampoco disfrutar como desearía por obvias razones de que, como tantos otros povedanos, ya habíamos tenido que abandonar años antes el lugar donde nacimos para emigrar a otras tierras tan extrañas y diferentes que, desde el clima hasta las costumbres, casi todo nos resultaba ajeno y hostil. No obstante, si tengo que decir, volviendo al tema de la fiesta agosteña, que, en visita esporádica a ésta de tan sólo unas horas, empujado por la añoranza y la ilusión infantil de la que yo había conocido y vivido, fue suficiente tan corto intervalo de tiempo para sentir una singular sensación de frialdad festiva que ni el calor de agosto lograba hacerme entrar en aquel otro entusiasmo que me producía la verdadera, es decir, la que se conmemora el primer domingo de cada octubre. Ya sé que este sentimentalismo nada tiene que ver con la realidad, pero cada cual es como es.
Es cierto que en la de ahora se repite el principal acto solemne de la misa mayor, la procesión con la venerada imagen de la Virgen, la jota por las calles en su honor con música de dozainas y tamboril acompañada por danza de mozos y mozas, idéntico itinerario procesional por las calles povedanas de siempre y... ¡toda la demás parafernalia del evento, cohetes incluidos!. Pero en ésta, no es el sentimiento religioso de agradecimiento y conmemoración el que la propugna, sino otro muy distinto que nada tiene que ver con el anterrior y que no hará falta que aquí lo describamos.
Pero...,! pero ya no era igual!. ¡La verdadera, la del primer domingo del mes de octubre era otra cosa!. Hasta el solazo del mes de agosto lo encontré inapropiado e inoportuno en relación con el más tenue del otoño de comienzo de curso ó que dora los membrillos y madura las uvas. Y asimismo, era también distinto para estrenar el traje crecedero que a todos los chicos nos compraban los padres para que nos durase un par de años más, salvando lo que de él sobraba mediante la doblez con un par de vueltas en la pata del pantalón, detalle que el amigo Lupi, tan sagaz él, se aprestó a recordármelo en su día.
No se veian las mesas repletas de almendras garrapiñadas y caramelos cubiertas con mantel blanco rodeando la plaza, cada una de ellas dotadas de una diana
para uso de tiro con escopeta de feria, torneo apropiado para jugarse al blanco los pequeños cucuruchos llenos de dichas chucherías.
¡Que todos, povedanos/as y forasteros/as, la paseis muy bien y felices!
Es cierto que en la de ahora se repite el principal acto solemne de la misa mayor, la procesión con la venerada imagen de la Virgen, la jota por las calles en su honor con música de dozainas y tamboril acompañada por danza de mozos y mozas, idéntico itinerario procesional por las calles povedanas de siempre y... ¡toda la demás parafernalia del evento, cohetes incluidos!. Pero en ésta, no es el sentimiento religioso de agradecimiento y conmemoración el que la propugna, sino otro muy distinto que nada tiene que ver con el anterrior y que no hará falta que aquí lo describamos.
Pero...,! pero ya no era igual!. ¡La verdadera, la del primer domingo del mes de octubre era otra cosa!. Hasta el solazo del mes de agosto lo encontré inapropiado e inoportuno en relación con el más tenue del otoño de comienzo de curso ó que dora los membrillos y madura las uvas. Y asimismo, era también distinto para estrenar el traje crecedero que a todos los chicos nos compraban los padres para que nos durase un par de años más, salvando lo que de él sobraba mediante la doblez con un par de vueltas en la pata del pantalón, detalle que el amigo Lupi, tan sagaz él, se aprestó a recordármelo en su día.
No se veian las mesas repletas de almendras garrapiñadas y caramelos cubiertas con mantel blanco rodeando la plaza, cada una de ellas dotadas de una diana
para uso de tiro con escopeta de feria, torneo apropiado para jugarse al blanco los pequeños cucuruchos llenos de dichas chucherías.
¡Que todos, povedanos/as y forasteros/as, la paseis muy bien y felices!