En los años de mi infancia povedana, en aquellos tiempos en que, durante los meses de verano destinados a la recolección de la cosecha cerealista local, en la práctica única fuente de ingresos en el municipio para terratenientes y proletarios, de hecho no estaba permitido, al sector de los trabajadores a sueldo disfrutar del descanso dominical y, por tanto, tampoco el cumplimiento eclesiástico de acudir a la Misa de la Parroquia por el riesgo de que las dos horas empleadas en tal menester, podrían dar lugar a que, en el supuesto de coincidir una tormenta de pedrisco se hubría perdido el fruto que se dejó sin recolectar en ese tiempo. Pero eso sí, había dos días de fiesta intocables para el descanso: el 18 de julio (Fiesta Nacional) y el 25 de agosto (Apóstol Santiago).
En uno de estos dos únicos días de asueto, 18 y 25 de julio, al término de la tarde-noche del baile celebrado en la plaza del pueblo al son de los pasodobles y rumbas populares de la época, interpretadas por la banda de música local, los mozos, al término del mismo tras el toque de la jota, acompañados del resto de la gente, se personaban a la puerta del alcalde al grito de ¡vaaacaaaas!, ¡vaaaacaaas!. De inmediato y en respuesta a semejante aclamación, dicho primer edil, cual figura mayestática situada en el dintel de su propia mansión, con sonrisa de oreja a oreja los recibía y con sólo este gesto las vacas se consideraban concedidas en interpretación de tal gesto ritual recibido con el beneplácito de todos los asistentes.
Es sumamente curioso saber que, por entonces, el Ayuntamiento sufragaba el festejo taurino en su totalidad sin cobrar un céntimo a los vecinos, (ni tampoco a los forasteros), cuya única colaboración se reducía a prestar los carros usados en la labor para el cierre del recinto en función de coso taurino, y al propio tiempo, de tendidos para el público espectador.
Y digo que es curioso porque, en aquellos años, el Ayuntamiento no percibía el impuesto de circulación pues los automóviles, tractores y motocicletas, no existían; tampoco el impuesto anual sobre bienes inmuebles (el IBI) que ahora han de satisfacer todos los vecinos, y menos aún las subvenciones procedentes de la administración estatal o autonómica.
Dicho lo que precede, yo, que no estoy ni a favor ni en contra del festejo de la capea de vaquillas el día de la Fiesta Mayor, si me llama poderosamente la atención cómo se las apañaban económicamente los munícipes de la época para que, sin IBI ni demás gabelas, se cubrían los gastos que tales eventos acarreaban. ¿No será que... los caudales se van por otros agujeros?. Ya sé que ahora hay agua potable a domicilio, recogida de basuras, alcantarillado, servicios médicos y de practicante en la Casa Consistorial, pero no es menos cierto que entonces tambiéa había médico y se hizo casa nueva para el mismo, a los maestros, idem de idem... y con anterioridad, también magníficas escuelas, edificio para albergar el Consistorio con torre ad-hoc y reloj incluido, y hasta bomba de incendios. Cuando hace unos días decía yo aquí mismo que las cifras de los presupuestos municipales dan que pensar a la vista de su cuantía y de lo realizado con las mismas, no era ni es afirmación gratuita.
Saludos en tono festivo.
En uno de estos dos únicos días de asueto, 18 y 25 de julio, al término de la tarde-noche del baile celebrado en la plaza del pueblo al son de los pasodobles y rumbas populares de la época, interpretadas por la banda de música local, los mozos, al término del mismo tras el toque de la jota, acompañados del resto de la gente, se personaban a la puerta del alcalde al grito de ¡vaaacaaaas!, ¡vaaaacaaas!. De inmediato y en respuesta a semejante aclamación, dicho primer edil, cual figura mayestática situada en el dintel de su propia mansión, con sonrisa de oreja a oreja los recibía y con sólo este gesto las vacas se consideraban concedidas en interpretación de tal gesto ritual recibido con el beneplácito de todos los asistentes.
Es sumamente curioso saber que, por entonces, el Ayuntamiento sufragaba el festejo taurino en su totalidad sin cobrar un céntimo a los vecinos, (ni tampoco a los forasteros), cuya única colaboración se reducía a prestar los carros usados en la labor para el cierre del recinto en función de coso taurino, y al propio tiempo, de tendidos para el público espectador.
Y digo que es curioso porque, en aquellos años, el Ayuntamiento no percibía el impuesto de circulación pues los automóviles, tractores y motocicletas, no existían; tampoco el impuesto anual sobre bienes inmuebles (el IBI) que ahora han de satisfacer todos los vecinos, y menos aún las subvenciones procedentes de la administración estatal o autonómica.
Dicho lo que precede, yo, que no estoy ni a favor ni en contra del festejo de la capea de vaquillas el día de la Fiesta Mayor, si me llama poderosamente la atención cómo se las apañaban económicamente los munícipes de la época para que, sin IBI ni demás gabelas, se cubrían los gastos que tales eventos acarreaban. ¿No será que... los caudales se van por otros agujeros?. Ya sé que ahora hay agua potable a domicilio, recogida de basuras, alcantarillado, servicios médicos y de practicante en la Casa Consistorial, pero no es menos cierto que entonces tambiéa había médico y se hizo casa nueva para el mismo, a los maestros, idem de idem... y con anterioridad, también magníficas escuelas, edificio para albergar el Consistorio con torre ad-hoc y reloj incluido, y hasta bomba de incendios. Cuando hace unos días decía yo aquí mismo que las cifras de los presupuestos municipales dan que pensar a la vista de su cuantía y de lo realizado con las mismas, no era ni es afirmación gratuita.
Saludos en tono festivo.