A la vista de lo que aquí se deduce tras la serie de comentarios respecto del silencio de la Corporación aupada al poder en el Ayuntamiento povedano, es la de que se ha impuesto la Ley del Silencio que bien pudiera traducirse por aquel otro perfectamente bautizado en aquella película que llevaba por título "El silencio de los corderos.
He querido comenzar este alegato con ese sacrosanta fórmula de cortesía de obligado cumplimiento años ha para todo escrito que se precie dirigido a aquellos personajes que ostentan el poder público, sea éste administrativo o político, por si en las anteriores intervenciones olvidé semejante complemento reverencial saltándome el protocolo establecido y ello ha podido motivar el viejo axioma "en boca cerrada no entran moscas".
Las tres preguntas que quedaron plasmadas en mi mensaje de 27 de julio último, que resumidamente se circunscrtibían a esto: a) Si se había adoptado por la nueva Corporación alguna medida o proyecto que modificara la situación anterior para mejorarla; b) Que si lo prometido explícita o implícitamente en las elecciones para convencer a los votantes se ha llevado a la práctica, o no; y c) Si lo que verdaderamente había triunfado en aquéllas era el color del partido político que les hábía patrocinado. Comprendo que esta última es la más espinosa, pero también la más sencilla.
Al día de hoy, transcurrido el plazo de los cien días previsto en estos casos, es tiempo sobrado para hacer un primer balance de decisiones adoptadas, o al menos de proyectos susceptibles de convertirse en realidad, por lo que, si tampoco ahora hay respuesta, la opinión que nos merece ya se la pueden imaginar.
Me recuerda este silencio sepulcral el que me contaron hace años y con ello ponemos una gotita de humor. Dicen que los dordobesos son gente de muy poca palabras, y para asegurarlo, me explicaba el que mo lo contaba que, durante una noche de verano de esas de terrible calor en la tierra de los califas, dos vecinos que vivían en la misma calle, estrecha de por sí, con balcón a la misma altura pero ambos enfrente el uno del otro, separados por tan sólo escasos cinco metros tomando el fresco durante la noche y en pleno silencio, ya a las dos de la madrugada, comenta el primero: "qué bien se está aquí hablando poco", y dos horas más tarde, a las 4, contesta el segundo: "se está mejor sin hablar n'a".
Claro que, eran cordobeses, no povedanos de Salamanca, a los que saludo una vez más con todo afecto.
He querido comenzar este alegato con ese sacrosanta fórmula de cortesía de obligado cumplimiento años ha para todo escrito que se precie dirigido a aquellos personajes que ostentan el poder público, sea éste administrativo o político, por si en las anteriores intervenciones olvidé semejante complemento reverencial saltándome el protocolo establecido y ello ha podido motivar el viejo axioma "en boca cerrada no entran moscas".
Las tres preguntas que quedaron plasmadas en mi mensaje de 27 de julio último, que resumidamente se circunscrtibían a esto: a) Si se había adoptado por la nueva Corporación alguna medida o proyecto que modificara la situación anterior para mejorarla; b) Que si lo prometido explícita o implícitamente en las elecciones para convencer a los votantes se ha llevado a la práctica, o no; y c) Si lo que verdaderamente había triunfado en aquéllas era el color del partido político que les hábía patrocinado. Comprendo que esta última es la más espinosa, pero también la más sencilla.
Al día de hoy, transcurrido el plazo de los cien días previsto en estos casos, es tiempo sobrado para hacer un primer balance de decisiones adoptadas, o al menos de proyectos susceptibles de convertirse en realidad, por lo que, si tampoco ahora hay respuesta, la opinión que nos merece ya se la pueden imaginar.
Me recuerda este silencio sepulcral el que me contaron hace años y con ello ponemos una gotita de humor. Dicen que los dordobesos son gente de muy poca palabras, y para asegurarlo, me explicaba el que mo lo contaba que, durante una noche de verano de esas de terrible calor en la tierra de los califas, dos vecinos que vivían en la misma calle, estrecha de por sí, con balcón a la misma altura pero ambos enfrente el uno del otro, separados por tan sólo escasos cinco metros tomando el fresco durante la noche y en pleno silencio, ya a las dos de la madrugada, comenta el primero: "qué bien se está aquí hablando poco", y dos horas más tarde, a las 4, contesta el segundo: "se está mejor sin hablar n'a".
Claro que, eran cordobeses, no povedanos de Salamanca, a los que saludo una vez más con todo afecto.