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POVEDA DE LAS CINTAS: JUNTANDO LETRAS Y... ALGO MÁS. (I)...

JUNTANDO LETRAS Y... ALGO MÁS. (I)

"Cuando salí de mi tierra", (así comenzaba aquella célebre copla de Juanito Valderrama en una de sus más conocidas interpretaciones de aquélla su canción más popular: "El Emigrante"); un povedano que en su día también salió de la suya para buscarse la vida siendo aún joven adolescente que ni siquiera había alcanzado la mayoría de edad en aquella época, ciertamente "no volvió la cara llorando", pero sí llevando grabado en el rostro la nostalgia de que "lo que más quería, atrás lo iba dejando", es decir, más o menos como si repitiera lo que venía a ser la letrilla y el mensaje de la célebre copla. El mismo día de su partida, este povedano ya soñaba con la fecha del regreso, incluso si ésta podría tener lugar felizmente. Y el "cuando", y el "como". A todo ello se unía la incertidumbre de cuál sería su suerte en tan incierto destino, tan ignoto como puede ser el de aventurarse en semejante aventura sin proyecto definido y con desconocimiento total de lo que aquél podría depararle. No sólo era ésta la preocupación que le asfixiaba, sino también la del desasosiego que supone la duda de si podría fallarle en algún momento la capacidad de coraje necesaria para superar el mísero bagaje de los "sin oficio ni beneficio", único que portaba consigo puesto que, gráficamente aparecía resumido ya en la denominación "jornalero" que en los papeles de la que iba a ser su primera solicitud del documento nacional de identidad ya había hecho constar la burocracia del Ayuntamiento. Éste era el único papel que hacía fe de su capacidad profesional para obtener un trabajo, no ya digno, sino suficientemente remunerado para sobrepasar el mínimo de subsistencia. En tan "halagüeña" situación, ni siquiera podría demostrar en el nuevo destino, llegado el caso, poder ofrecerse como portador de la más elemental formación intelectual o profesional que le permitiera acceder a un empleo aceptable, al menos en cuanto a la contrapartida económica. La carencia de un sólo documento legal que convalidara cualesquiera formación orientada al mundo del trabajo, era un escollo más a vencer. Pero sobre todo, la impotencia de no poder rebelarse contra cualquer valoración que únicamente te identificara como "útil para tracción de sangre", es decir, válido para empujar carretas o tirar de pala y pico. En suma, eras un indocumentado laboralmente hablando aunque en la vida real hubiera sobrepasado con creces la triste condición de analfabeto. La expresión "jornalero" lo decía todo con fuerza legal. Así comenzó la diáspora de ese joven povedano, sin duda, posiblemente repetida en alguno más.


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