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POVEDA DE LAS CINTAS: EL TRUEQUE...

EL TRUEQUE

Hallábase peligrosamente encaramado en un taburete de la barra del bar de la plaza. Demasiado cerca del borde del asiento, o así creí entender, una tarde fría y gris del pasado mes de enero. Bostezaba, no tanto por el cansancio propio de su edad, le echo unos setenta bien llevados, como por el desaliento de náufrago al imaginar otra tarde sin sentido ni argumento alguno para guardar con los recuerdos de una vida.
Los no fumadores, también nos engañaron cuando decían que no salían al casino porque había mucho humo, y ahora que ya no hay humo tampoco salen. He desistido de tratar de entender que hacen metidos en casa todo el día. No siempre resulta fácil encontrar a alguien dispuesto a perder su tiempo hablando, y escuchando es tarea imposible. Aunque ha mejorado considerablemente la comunicación desde que salimos a hacer el "cigarron" a la puerta de los bares.
Tras los saludos de rigor a clientes y camareros, me senté a su lado procurando adoptar en el asiento contiguo una postura menos arriesgada que la suya, y sólo un instante después estábamos enfrascados en distendida charla sobre Revilla, Cotorrillo y otras pedanías afines.
No faltaron en nuestra conversación: ni formulas y modelos sobre las mil y una maneras de poner el cerro sin salirse de la finca, ni un emocionado recuerdo y consiguiente mención a la agraciada robustez de la pechera de las hijas del caminero, que tenia la casilla por aquella zona entonces.
Algo después, versaba nuestra charla sobre el rigor de los inviernos de antes, y del como, tocábale propiamente los cataplines el frío por mucho que llegara a hacer, cuando se plantaba una pelliza comprada en Peñaranda de Bracamonte por buena parte de la soldada de tractorista de primera con carné de conducir. Solo entonces, en un inesperado arranque de sinceridad y llevando mi voz casi a un suspiro, confesé a mi interlocutor que vivía ilusionado con llegar a poseer algún día como propia, una prenda de esas características. " ¡Coño!", dijo Valeriano Rodero, amigo y confidente en este caso: "pues tengo yo una seminueva en un armario en el pajar, si quieres te la regalo". No me pareció justo obtener tanto veneficio por esfuerzo tan liviano, y un poco por mi cuenta organicé un trueque comprando un cordero a Vicente para cambiarlo por la pelliza, nombrando como testigo de la transacción que allí se realizaba a la camarera, que amablemente nos servía en aquel momento un segundo vino. Tercero tal vez.
Recorrimos sin prisas la Calle del Santísimo, desierta probablemente desde que pasara por allí un rato antes Rafaela Martín con una bolsa de comprar algo en la tienda, hasta llegar a la Calle Ceniceros, primera puerta a la izquierda, donde se halla el pajar que fue en su día de Isidro Terradillos creo recordar, copropietario a su vez junto a su hermana Heliodora entre otros bienes e inmuebles de una tienda en Poveda, cuando aun daban en los comercios muestras a los clientes para probar el producto.
Aunque no era el modelo años 60 que había imaginado, tras una sacudida, dos quizá, pude comprobar con alegría que efectivamente estaba seminueva, y al ponermela para compararla con mi talla, que se adaptaba perfectamente a mis medidas: detalle que me llevó a suponer que probablemente le quedara algo holgada a su antiguo propietario.
Casi al instante, recorría ya mi cuerpo una agradable calidez, cuando vencido por la vanidad encaminé mis pasos a contemplar el reflejo de mi imagen en los cristales de la puerta de la que fuera la tahona de Rufino, hoy tienda de todo de Paco mi cuñado. Imagen que vino a confirmar lo que desde un principio supuse: estaba considerablemente atractivo con mi pelliza seminueva. Solo duró un instante mi imagen en las vidrieras y por modestia inicie el regreso a casa tratando de pasar por las calles menos frecuentadas a esas horas de la tarde, aun a sabiendas de lo improbable de encontrarme con alguien, independientemente de la ruta que tomara.
Guardo la pelliza con cariño, por si se asentara el cambio climático y nos devuelve los inviernos donde estaban, cuando nos salían sabañones en las orejas del puro frío, o por la acusada carencia de prendas de abrigo, y de todo lo demás, que padecimos nos dijeron por causa de aquella guerra nuestra, en la que fuimos heridos la inmensa mayoría, incluso varios año después de terminada la contienda. Como les pasará a los otros en esta guerra que ni siquiera es nuestra, en la que serán también heridos como siempre la mayoría: siempre los mismos, siempre los desheredados, siempre los pobres, siempre los inocentes. Ahora que a mi... me va a tocar propiamente los cataplines el frío por mucho que llegue a hacer, cuando me plante la pelliza que troqué a Valito por un cordero.
Son compañías que agradezco y conversaciones que me agradan, y sentí no estar en el pueblo para pedirle a Valeriano que me invitara a probar el animal el día del sacrificio y charlar un poco más de nuestras cosas. Pero no faltó una reunión de amigos y buena charla, cuando unos días después Mario Cestero, persona de múltiples aptitudes, en acertado aliño y medida cocción, logró extraer sabores exquisitos a un gallo de corral.
Pero será historia para otro día, hoy ya me despido con un cordial saludo a todos los lectores de este foro.