... O LA TRISTE TRILOGÍA DE TODA UNA ÉPOCA.
A la que me refiero, citada por Lupicinio, es aquélla en la que, los jóvenes más bien en edad de asistir a la escuela en nuestro pueblo, es decir, entre las 10 y los 14 años, por angustiosas razones económicas de sus padres, éstos los ponían a trabajar en casa de un amo, denominación con la que se conocía y designaba al patrón que los acogía por un sueldo miserable con horario. La sóla terminología de "amo" lo dice casi todo. En el supuesto de pigorros y trilliques, dicho salario se reducía a poco más de la diaria manutención, que no era poco al decir de algunos. El de los rapaces, de una dureza brutal en los rastrojos durante la siega, un poco mejor remunerados, pero en ningún caso en proporción al sacrificio exigido. El derecho de expresión al que también aludía mi amigo, obviamente para oponerse a lo que fuere, no existía.
Más saltando hacia adelante no menos de cincuenta años en la historia del país en que vivimos, el sacrosanto derecho previsto en el artículo 20 de la Constitución, efectivamente se reconcoe y se logra en cuanto a expresar libremente pensamientos, ideas y opiniones, con lo que, ciertamente ha pasado a ser un derecho fundamental conforme prevé el Título I de nuestra Carta Magna, pero su efectividad en la práctica es poco menos que pólvora en salvas, excepto que lo ejerza un personaje de campanillas, es decir, un preboste político o abanderado de la Administración Pública nombrado a dedo.
Hoy, las prohibiciones o los obstáculos a la libertad de expresión, teóricamente no existen, pero no es menos cierto que aquéllas pueden ser ó son mucho más sibilinas pues nadie te las impide aunque lo sean a voces, pero tenga la seguridad el susodicho que se arriesgue a propalarlas que recibirá la sorda reacción traducida a ser vetado para acceder a un determinado puesto, por ejemplo, si éste es de relieve, aunque el solicitante reúna todos los requisitos para el mismo y atesore todas las exigencias de preparación requeridas. No quiero citar casos concretos, que los hay.
Por hoy no seré más extenso, y así me despido hasta la próxima intervención con un cordial saludo. EFE.
A la que me refiero, citada por Lupicinio, es aquélla en la que, los jóvenes más bien en edad de asistir a la escuela en nuestro pueblo, es decir, entre las 10 y los 14 años, por angustiosas razones económicas de sus padres, éstos los ponían a trabajar en casa de un amo, denominación con la que se conocía y designaba al patrón que los acogía por un sueldo miserable con horario. La sóla terminología de "amo" lo dice casi todo. En el supuesto de pigorros y trilliques, dicho salario se reducía a poco más de la diaria manutención, que no era poco al decir de algunos. El de los rapaces, de una dureza brutal en los rastrojos durante la siega, un poco mejor remunerados, pero en ningún caso en proporción al sacrificio exigido. El derecho de expresión al que también aludía mi amigo, obviamente para oponerse a lo que fuere, no existía.
Más saltando hacia adelante no menos de cincuenta años en la historia del país en que vivimos, el sacrosanto derecho previsto en el artículo 20 de la Constitución, efectivamente se reconcoe y se logra en cuanto a expresar libremente pensamientos, ideas y opiniones, con lo que, ciertamente ha pasado a ser un derecho fundamental conforme prevé el Título I de nuestra Carta Magna, pero su efectividad en la práctica es poco menos que pólvora en salvas, excepto que lo ejerza un personaje de campanillas, es decir, un preboste político o abanderado de la Administración Pública nombrado a dedo.
Hoy, las prohibiciones o los obstáculos a la libertad de expresión, teóricamente no existen, pero no es menos cierto que aquéllas pueden ser ó son mucho más sibilinas pues nadie te las impide aunque lo sean a voces, pero tenga la seguridad el susodicho que se arriesgue a propalarlas que recibirá la sorda reacción traducida a ser vetado para acceder a un determinado puesto, por ejemplo, si éste es de relieve, aunque el solicitante reúna todos los requisitos para el mismo y atesore todas las exigencias de preparación requeridas. No quiero citar casos concretos, que los hay.
Por hoy no seré más extenso, y así me despido hasta la próxima intervención con un cordial saludo. EFE.