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POVEDA DE LAS CINTAS: LA TRISTEZA DE UN RINCÓN DE LA TIERRA POVEDANA....

LA TRISTEZA DE UN RINCÓN DE LA TIERRA POVEDANA.

Naturalmente nos la produce contemplar el lecho seco del que otrora fuera arroyo alegre de limpias aguas que entre los lugareños de mi tierra, para entendernos, alcanzaba la categoría de río con nombre propio tomado del que tiene el pueblo al que circunda. Y la verdad es que había motivo para ello por cuanto, en forma abundante y generosa, sirvió de abrevadero permanente en invierno y verano a los innumerables animales domésticos de los vecinos tales como bueyes, vacas, mulas, asnos y demás especies imprescindibles para el laboreo de la tierra, amén de otros aprovechamientos y productos cuyos frutos duraron luengos años.

Entonces no había tractores y necesariamente las labores agrícolas sólo eran posibles a base de tracción de sangre, lo que nos lleva a la inevitable pregunta de reclamar con razón a dónde fueron a parar aquellas cristalinas aguas que el diablo parece haberse tragado. ¡Aaaahhh!, ¡los sondeos para la remolacha, el maíz, las patatas o la alfalfa!. Y por supuesto, la mengua de la pluviosidad procedente del cielo, alarmantemente disminuída en las últimas décadas.

Este enamorado del paisaje y del paisanaje de su pueblo llamado Adrián, una vez más nos regala una vista, ciertamente triste, repito, de lo que hoy es aquéllo que llamábamos río Poveda, denominación que yo he leído en algún lugar aunque haya incrédulos que lo pongan en duda. Por algo surgió en nuestro pueblo aquel molino que hoy es un montón de ruinas y ha pasado a denominarse con el paso del tiempo, el de "la Concha", cuya alimentación como energía fundamental era el agua de ese río, hoy muerto, pero bien que suministraba entonces la necesaria para mantenerlo activo y "vivo".

Lo de "el Molino de la Concha", supongo que obedece al hecho de que la última propietaria del mismo se llamaba así, aunque yo la asociaba a que ésta se llamaba Pura y estaba casada con Eustaquio de la Torre. Y que, por ello, era la heredera del patrimonio de la familia constituída por Doña Amancia Perlines y sus hijos, Ángeles, Manolo, Ángel y Aguedina. En todo caso, espero que alguien más actualizado e informado que yo, hará las rectificaciones oportunas.

Volviendo a la estampa fotográfica de Adrián, talmente parece haberse hecho la toma un día de los comienzos del otoño en el que, bajo un cielo igualmente triste cubierto de nubes bajas o estratos, sopla un viento leve acariciando las raquíticas ramas de los endebles chopos, cuya ansia de humedad debe ser tan patente como la de un extraviado en el desierto del Sáhara.

Hasta proto, amigos/as.


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