PEQUEÑA HISTORIA DE AQUELLA ETAPA.
Porque los cita Lupicinio en su mensaje de anteayer, me ha parecido oportuno señalar aquí algunas particularidades relacionadas con el acontecimiento povedano de los huertos familiares. Allá por los primeros años de la década de los cincuenta tuvo lugar en nuestro pequeño pueblo todo un acontecimiento singular de carácter populista y de gran impacto sentimental entre las buenas gentes que lo vivieron, incluso podríamos decir, si hoy se repitiera, que se trató de un hecho que llevaba aparejadas ciertas connotaciones de generosidad demagógica, si bien entonces no cabría otra, pero sin dejar de ser, por ello, un acto no exento de cierto repaje patriarcal del poder establecido para con las necesidades de las familias más necesitadas de la localidad.
Tal acto consistió en la entrega de una pequeña porción de tierra cuya puesta en práctica podría denominarse, salvando la extraña figura jurídica en que cabría encajarla, como "entrega de la posesión de un huerto familiar", de forma absolutamente gratuita, a los cabezas de familia que se encontraban verdaderamente necesitados. Éste era el único medio de vida por aquel entonces salvo trabajar a jornal para quienes la poseyeran. Los beneficiarios de tal "obsequio carecían hasta de un sólo palmo de las más de 2.400 hectareas aprovechables para el cultivo que por aquel entonces conformaba el término municipal. La superficie destinada a esta operación de entrega del huerto familiar a vecinos necesitados, era propiedad exclusiva del pueblo.
La extensión de cada uno de los huertos entregados, de unos 2.000 metros cuadrados de extensión, no rebasa la quinta parte de una hectárea; y la suma de todos los entregados, por tanto, teniendo en cuenta que serían más o menos unos 40 los beneficiarios, no rebasaría las escasas ocho hectáreas, cantidad que no iguala la superficie del más modesto de los agricultores de la época, es decir, de los llamados labradores de "pareja", que con tan sólo un par de animales de tiro labraban toda la propiedad. No obstante, la tierra entregada, procedente de la roturación de los prados comunales, era de excelente calidad. El hecho de que después hayan desaparecido en su totalidad, explica otra serie de circunstancias de las que debo ocuparme otro día.
El acto de la entrega de los títulos, la recuerdo perfectamente. Tuvo lugar en el Salón del Ayuntamiento repleto de gente un día laborable de aquel verano, sobre las seis de la tarde, y la llevó a cabo el entonces Gobernador Civil de la provincia llamado Diego Salas Pombo. Las mujeres de los benficiarios de los huertos le tenían preparado al Gobernador y a su séquito, en señal de agradecimiento, una mesa alargada cubierta con manteles blancos y suculentas viandas y tartas caseras. El Sr. Gobernador les dio las gracias pero no probó ni un sólo bocado.
Porque los cita Lupicinio en su mensaje de anteayer, me ha parecido oportuno señalar aquí algunas particularidades relacionadas con el acontecimiento povedano de los huertos familiares. Allá por los primeros años de la década de los cincuenta tuvo lugar en nuestro pequeño pueblo todo un acontecimiento singular de carácter populista y de gran impacto sentimental entre las buenas gentes que lo vivieron, incluso podríamos decir, si hoy se repitiera, que se trató de un hecho que llevaba aparejadas ciertas connotaciones de generosidad demagógica, si bien entonces no cabría otra, pero sin dejar de ser, por ello, un acto no exento de cierto repaje patriarcal del poder establecido para con las necesidades de las familias más necesitadas de la localidad.
Tal acto consistió en la entrega de una pequeña porción de tierra cuya puesta en práctica podría denominarse, salvando la extraña figura jurídica en que cabría encajarla, como "entrega de la posesión de un huerto familiar", de forma absolutamente gratuita, a los cabezas de familia que se encontraban verdaderamente necesitados. Éste era el único medio de vida por aquel entonces salvo trabajar a jornal para quienes la poseyeran. Los beneficiarios de tal "obsequio carecían hasta de un sólo palmo de las más de 2.400 hectareas aprovechables para el cultivo que por aquel entonces conformaba el término municipal. La superficie destinada a esta operación de entrega del huerto familiar a vecinos necesitados, era propiedad exclusiva del pueblo.
La extensión de cada uno de los huertos entregados, de unos 2.000 metros cuadrados de extensión, no rebasa la quinta parte de una hectárea; y la suma de todos los entregados, por tanto, teniendo en cuenta que serían más o menos unos 40 los beneficiarios, no rebasaría las escasas ocho hectáreas, cantidad que no iguala la superficie del más modesto de los agricultores de la época, es decir, de los llamados labradores de "pareja", que con tan sólo un par de animales de tiro labraban toda la propiedad. No obstante, la tierra entregada, procedente de la roturación de los prados comunales, era de excelente calidad. El hecho de que después hayan desaparecido en su totalidad, explica otra serie de circunstancias de las que debo ocuparme otro día.
El acto de la entrega de los títulos, la recuerdo perfectamente. Tuvo lugar en el Salón del Ayuntamiento repleto de gente un día laborable de aquel verano, sobre las seis de la tarde, y la llevó a cabo el entonces Gobernador Civil de la provincia llamado Diego Salas Pombo. Las mujeres de los benficiarios de los huertos le tenían preparado al Gobernador y a su séquito, en señal de agradecimiento, una mesa alargada cubierta con manteles blancos y suculentas viandas y tartas caseras. El Sr. Gobernador les dio las gracias pero no probó ni un sólo bocado.