No soy lector de este periódico, pero me ha parecido interesante el análisis de este articulista del El Observador. Al hilo de lo comentado en este foro quiero compartir parte del mismo.
Por Antonio Maza Pereda | Red de comunicadores católicos |
“No hay que hablar de política ni de religión”, reza el dicho. “Es una falta de cortesía. La gente se incomoda. Y, de todas maneras, no se llega a nada. Solo se pierde la cordialidad. ¿Para qué arriesgarnos a perder la paz?”
Este ha sido el criterio por mucho tiempo en nuestro país. A quienes hemos tenido la fortuna de haber convivido con familias extranjeras y de ser invitados a sus casas, con frecuencia nos llama la atención la libertad con que se discuten temas como estos en la familia, en reuniones de amigos, en la vida diaria. Pero aquí, es una regla de hierro: quedarnos callados para no incomodar.
Hasta hace relativamente poco la política era un tema de chisme, de chistes, pero no de análisis serio entre ciudadanos. Eso se dejaba para el “círculo rojo”, los enterados. No para el ciudadano común.
¿Y qué hemos ganado con todo ello? ¿Han mejorado nuestros políticos? ¿Ha aumentado la cordialidad entre nosotros? Nuestra sociedad, ¿se ha vuelto más armónica? Los hechos nos muestran que no.
Nuestro mutismo en temas de política y religión nos ha hecho ineptos para entender y discutir esos temas. Nos ha hecho vulnerables a los argumentos infantiles con los que a veces nos convencen de votar por los partidos; incapacitados para sostener nuestras opiniones cortésmente, pero con firmeza y profundidad. No sabemos debatir; sabemos molestarnos y, en el extremo, atacar y denostar… o hacer chistes y burlarnos. No sabemos convencer con razones, porque no estamos acostumbrados a defender nuestras ideas. Hemos desarrollado, como sociedad, un infantilismo en temas políticos y religiosos. Y las consecuencias están la vista.
Ya es infinitamente más difícil para el “círculo rojo” tener su información privilegiada. Y esto nos genera una nueva responsabilidad. O varias. La responsabilidad de hablar en esos temas. La de opinar aunque no tengamos título de expertos. La de presentar nuestra opinión para que otros la valoren y nos enriquezcan con sus reacciones. Por primera vez podremos tener una verdadera opinión pública. Tenemos que usarla con responsabilidad y, en esencia, el mayor grado de responsabilidad es usarla con un gran respeto por la verdad. Si lo logramos, la oportunidad de dar mayor solidez a nuestra sociedad es enorme.
Seguimos compartiendo el foro. Saludos.
Por Antonio Maza Pereda | Red de comunicadores católicos |
“No hay que hablar de política ni de religión”, reza el dicho. “Es una falta de cortesía. La gente se incomoda. Y, de todas maneras, no se llega a nada. Solo se pierde la cordialidad. ¿Para qué arriesgarnos a perder la paz?”
Este ha sido el criterio por mucho tiempo en nuestro país. A quienes hemos tenido la fortuna de haber convivido con familias extranjeras y de ser invitados a sus casas, con frecuencia nos llama la atención la libertad con que se discuten temas como estos en la familia, en reuniones de amigos, en la vida diaria. Pero aquí, es una regla de hierro: quedarnos callados para no incomodar.
Hasta hace relativamente poco la política era un tema de chisme, de chistes, pero no de análisis serio entre ciudadanos. Eso se dejaba para el “círculo rojo”, los enterados. No para el ciudadano común.
¿Y qué hemos ganado con todo ello? ¿Han mejorado nuestros políticos? ¿Ha aumentado la cordialidad entre nosotros? Nuestra sociedad, ¿se ha vuelto más armónica? Los hechos nos muestran que no.
Nuestro mutismo en temas de política y religión nos ha hecho ineptos para entender y discutir esos temas. Nos ha hecho vulnerables a los argumentos infantiles con los que a veces nos convencen de votar por los partidos; incapacitados para sostener nuestras opiniones cortésmente, pero con firmeza y profundidad. No sabemos debatir; sabemos molestarnos y, en el extremo, atacar y denostar… o hacer chistes y burlarnos. No sabemos convencer con razones, porque no estamos acostumbrados a defender nuestras ideas. Hemos desarrollado, como sociedad, un infantilismo en temas políticos y religiosos. Y las consecuencias están la vista.
Ya es infinitamente más difícil para el “círculo rojo” tener su información privilegiada. Y esto nos genera una nueva responsabilidad. O varias. La responsabilidad de hablar en esos temas. La de opinar aunque no tengamos título de expertos. La de presentar nuestra opinión para que otros la valoren y nos enriquezcan con sus reacciones. Por primera vez podremos tener una verdadera opinión pública. Tenemos que usarla con responsabilidad y, en esencia, el mayor grado de responsabilidad es usarla con un gran respeto por la verdad. Si lo logramos, la oportunidad de dar mayor solidez a nuestra sociedad es enorme.
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