LAGUNILLA: Lo que me he podido reír recordando las imágenes de...

Muchas Gracias Manchega y foreros.
Como fotos ya hay muchas publicadas, os voy a dejar un fragmento de una serie de textos que escribi hace un tiempo en unas circustancias muy particulares de mi vida.
En el narro una anecdota muy particular y muy cercana a mi familia. Alguno de los foreros la habreis oido o incluso fuisteis testigos. Espero que os guste.

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Un avance del que fueron testigos de primera mano en mi casa fue de la llegada de la televisión, es decir, del primer televisor a un domicilio particular del pueblo, ya que los únicos televisores que había entonces eran los del Teleclub y algunos bares.

Fue en los años 60, en la que es ahora la casa donde viven mis padres, en la plaza mayor, en la que anteriormente vivían mis abuelos paternos. Ellos compraron una televisión marca Philips en blanco y negro. Era enorme, tenía un solo canal y aparte llevaba otro aparato, con forma de maletín, que era un estabilizador de corriente. Tenia tres botones redondos que se giraban (Volumen, Brillo y contraste) y 3 cuadrados de pulsación (ON, UHF Y VHF) en un lado del frontal y una rueda al lado derecho para la sintonización del único canal que podía recibir. Aunque tenia el botón para seleccionar la 2 (UHF), por dentro estaba vacío, no disponía de las piezas necesaria para ello. Su tecnología era de las de lámparas de vacío, una especie de bombillas que llevaba dentro. Vamos, más o menos como las extra planas que hay hoy en día. Esa televisión fue la única que conocí yo en mi casa hasta finales de los años 80. Decían mis padres irónicamente que en nuestra casa no discutíamos nunca por que canal ver. Como que cuando de repente se iba la imagen o hacia rayas o moteado, mis hermanas y yo rezábamos para que se averiara de una vez y comprar otra nueva.
“Dale a la rueda (sintonizador)”decía mi madre, y si no salía nada, “vete donde algún vecino a ver si le pasa lo mismo, no sea que se haya ido la peña”. Esa curiosa frase, a lo que se refería es que hubiera fallado el repetidor de televisión que daba cobertura a toda la zona y que estaba instalado en lo alto de La peña de Francia.
La “jubilamos” no porque se estropeará, sino porque no sintonizaba ya la segunda cadena, y mucho menos las televisiones privadas
Después estuvo un tiempo en el desván, hasta que un día, sacando trastos en una limpieza general, acabó en el vertedero.

Volviendo a la época que la tuvieron mis abuelos, los años 60 y 70, cuando emitían alguna serie infantil, como Heidi, Marco o alguna por el estilo, se llenaba el salón de niños hasta tal punto que mis abuelos tenían que poner unas banquetas de madera en la calle y abrir la ventana para que la vieran también desde fuera. Iban mis hermanas, mis primos, los vecinos y todos sus amigos de aquella época, como si fuera un cine de verano en la Plaza Mayor.
Vamos, que me lo estoy imaginando y me recuerda a la escena de la película de “la gran familia” en la que veían todos por la ventana la tele del vecino.
También se me ocurre que era una especie de “Wifi” gratis de aquella época. Como lo es ahora la zona del ayuntamiento, era la ventana de mi abuela. Todos alrededor de la “zona de cobertura” (la tele), para conectarse con el exterior y tener información actualizada.

Cuando había alguna novela, era el turno de mi abuela, sus amigas y las vecinas.

Pero cuando realmente colgaban el cartel de “no hay billetes” en el improvisado cine, era cuando televisaban alguna corrida de toros. Por lo visto era todo un espectáculo, ya que de escucharlas por la radio a pasar a verlas en la televisión, fue todo un acontecimiento. Era la época dorada de “el Viti” y “el Cordobés” con la rivalidad que les enfrentaba. Sus seguidores eran tan fanáticos como lo son ahora los hinchas del Madrid o Barcelona en un partido de fútbol. Se juntaban allí gente de todas las edades y de las dos aficiones para verlos. Abrían la ventana de par en par, ponían las banquetas para “el gallinero” y cada uno opinaba como si fuera el presentador de Tendido Cero.
Una anécdota que les he oído a mis padres y a mucha otra gente del pueblo es que un día, dándose esas circunstancias, en el último toro de la tarde, justo cuando iba el diestro a entrar a matar, se fue la luz en casa. Imaginaos el cabreo de la gente en ese momento. Mi abuelo Tomás, todo serio, se levantó y dijo en voz alta.”Tranquilos, que ya se como arreglarlo”. El “respetable” se pensaba que se iría corriendo a ver si se habían fundido los plomos y cambiarlos rápidamente.

Cual fue la sorpresa de la gente, que guiñándole un ojo a mi abuela, con toda tranquilidad y todo convencido le dijo “Anda, Lucrecia, enciende el candil y arrímalo a la tele, que veamos a matar”. Mi abuela encendió la torcida y levantó en alto el candil, junto a la pantalla. Todos se callaron de momento con un soplo de alivio, como si así ya estuviera solucionado el problema y por lo menos vieran rematar la faena. Se pusieron a mirar expectantes a la tele, pero por allí no salía nada. Hubo un corto silencio, pero luego mirándose unos a otros, con cara de ingenuos, y viendo ya a mis abuelos riéndose en voz baja, la carcajada de todos fue bestial. ¡Cómo se la habían colado entre mis dos abuelos!

Lo que me he podido reír recordando las imágenes de los chavales y mayores alrededor del televisor para ver Bonanza, Retintín, lo toros o cualquier otro programa y, sobre todo, imaginándome la escena de tus abuelos encendiendo el candil y el respetable esperando aparecieran en la pantalla las imágenes del matador entrando a clavar.
Maravillosos recuerdo el de aquellos años compartidos frente a los escasos televisores en blanco y negro, en el pueblo y en otros lugares. En mi caso, cuando estábamos en Lagunilla, en compañía de algunos de mis primos íbamos a casa de una hermana de mi abuela, ella se llamaba Juana y él Antonio, y, si no recuerdo mal, el señor era el juez de paz del pueblo. La casa estaba ubicada en la calle Submarino.
Aparatosos –por su tamaño- eran un rato y, tal como describes tenían esos botones y el aparato estabilizador de corriente ¡Qué tiempos aquellos! Además de los cortes de luz –frecuentes entonces-, había que sufrir las interferencias propias de las incidencias climatológicas en la “Peña” o alguna ligera variación de la gran antena puesta sobre el tejado a causa de viento u otra circunstancia.
Los aparatos, como bien dices, había que jubilarlos por obsolescencia –no de la programada de ahora que los deja inservibles- sino por no ofrecer las prestaciones que en cada momento el avance tecnológico ofrecía: UHF, color, llegada de las privadas…
El primero que hubo en casa de mi padre, que sería a finales de los 60, no era de marca; digamos “casero” hecho en Madrid por un técnico que tenía vinculación con alguien del pueblo que se llamaba Félix y tenía una casa en la carretera, próxima al cuartel de la Guardia Civil; creo venía preparado para más canales pues no hubo problemas para incorporar la UHF, lo seguí utilizando en mi casa, hasta las vísperas del mundial de fútbol de 1.982 y, como todavía estaba útil, pasó a manos de otras personas con menos posibilidades.
La tecnología de la época no era tan avanzada como la de ahora; pero era como más duradera. No es que los productos fueran para durar toda la vida, pues como es sabido, esa posibilidad no existe; el caso es que se hacían viejos con el uso y disfrute; tampoco se sufría la ansiedad consumista que ahora mueve a la sociedad.
Entonces, cualquier avería era sencilla de reparar. Los aparatos admitían la posibilidad de sustituir las piezas deterioradas, nada se tiraba. Había piezas de recambio para todo, así como personal técnico que se ocupaba de las reparaciones que fuera menester. Por el contrario, ahora muchos productos se fabrican sin posibilidad de poder efectuar modificaciones, sustitución y reparación de los componentes; los profesionales de la reparación escasean, etc. Incluso, hay aparatos que se presentan con carcasas que es imposible abrir, por ser herméticas o estar con tornillos o pasadores que solamente son para unir o cerrar, pero no es posible quitarlos sin deteriorar o destruir el aparato de que se trate. Si uno se estropea y está en garantía, te lo cambian por otro; si ya no tiene esa cobertura, hay que comprar otro; muy común en los pequeños electrodomésticos y aparatos que usamos en los domicilios.
Los fabricantes, el mercado con su ansia consumista, la evolución continuamente acelerada de las tecnologías, no solamente suponen que, cualquier producto, una vez comprado quede obsoleto nada más salir de la tienda. También existe lo que se conoce como obsolescencia planificada o programada, que es el tiempo planificado por el fabricante para dar vida útil a un producto o un servicio: 3.000 lavados y la lavadora al punto limpio; un móvil, 18 meses y a cambiar; un televisor 4.000 horas funcionando y a comprar otro; una batidora manual 1.000 batidos y se casca…, así podríamos seguir indefinidamente.
Esta planificación no es de ahora, nace ya en los años 30 del siglo pasado en algunos países y para algunos productos; pero ahora es extensiva a casi todos los utensilios y aparatos que nos facilitan y, de alguna forma, también complican nuestra vida.
Se fabrica en cantidad y a muy bajo precio; se alienta el consumo exacerbado de la gente; todos queremos estar a la última y que no nos falte de nada; se fomenta, hasta el extremo, la competitividad, la ostentación de novedoso, la adquisición de bienes y servicios; los elementos materiales y su posesión es la aspiración máxima; en definitiva, consumir por consumir: “está a buen precio, me lo llevo”, no necesito preguntarme si realmente necesito lo que compro. Y, para los conservadores, para quienes dan mejor uso a los aparatos, quienes los conservan mejor y son poco amigos de gastar, se inventan y programan la obsolescencia y, llegada la fecha de caducidad, se estropea y no tienes más narices que adquirir otro que sustituya al inservible.
Este consumismo nos está llevando a esquilmar los recursos, incluso los ubicados en los más recónditos y alejados del planeta, no importando si hay que destruir ecosistemas o personas. Luego se generan inmensas montañas de residuos tecnológicos que hay que almacenar o destruir; lo más barato, se llevan a determinados países de África donde los niños, con grave riesgo de su salud y por un puñado de arroz, recuperan todo tipo de componentes metálicos que llevan los aparatos desechados, para venderlos a la industria de los países más desarrollados.


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