OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

LAGUNILLA: LA CASA II...

LA CASA II
En la planta primera, después de traspasar el portalón, nos encontrábamos con a una especie de patio o zaguán reducido y pavimentado con grandes piedras de granito. Desde aquí, arrancaba la escalera que conducía a las plantas superiores y se franqueaba el acceso a la parte destinada a cuadra y bodega.
En la cuadra, además de la jaca, estaban las gallinas y el cerdo que se cebaba con vistas a la matanza; también alguna vaca parida o la mixta que suministraba la leche diaria para las necesidades del hogar. Ahí había un lugar donde depositar las tarmas y escobas para encender la lumbre y leña gruesa para cocinar y dar calor. Al fondo, separada de la cuadra por gruesa pared de piedra y puerta, se encontraba la bodega, protegida del exterior y en oscuridad (algún ventanuco con rejas tenían algunas), era el lugar más resguardado; donde alimentos como el vino, aceite y patatas se mantenían casi a una temperatura constante que los hacía perdurar.
El piso de la cuadra, como el de la bodega era de tierra apisonada. Los techos de estas piezas eran de madera, con imponentes vigas de castaño apoyada por los extremos en los gruesos muros exteriores; las maestras, si eran largas, en su parte central se apoyaban sobre robustos postes de madera o pilares de piedra.
En su interior, estaban los pesebres, de madera casi siempre, -aunque también de piedra redondos o cuadrados- donde se depositaba el grano, harina o paja para alimento de caballerías y vacas. El heno se colocaba en un receptáculo, llamado comedor de heno, hecho de palos de cierto grosor que en forma de V se apoyaba en la pared. A ras de suelo, una pila redonda o rectangular que servia para echar de comer a los cerdos a base de patatas cocidas, calabazas, sandías, grano, castañas, higos y cualquier otro alimento o desperdicio del comedor de los humanos, pues los gorrinos de todo comen. Los cochinos tenían dentro de la cuadra su propio espacio: la pocilga o chiquero. Las gallinas también tenían su espacio, los nidales, a los que se encaramaban a través de tres o cuatro estacas clavadas en la pared a modo de escalera; en ellos ponían los huevos; estos eran una especie de cajones a determinada altura y protegidos con palos o listones gruesos ponían a buen recaudo, de vacas, gatos o perros, la paja del nido y los huevos que diariamente depositaban las gallinas. Entre éstas, siempre estaba el gallo que nada más que barruntaba la primera luz de la mañana largaba su cántico poniendo en píe al resto de habitantes de la casa.
En la bodega, había una gran cuba redonda, reposada sobe la panza y sujeta con calzos de madera, que era más alta que una persona erguida y servía para depositar la uva recién pisada para su fermentación; la pila o tina que servía para pisar la uva también de madera; otras cubas o toneles menores en las que se hacía también lo anterior o ya se depositaba el vino después de haber dejado de ser mosto; había decenas de damajuanas de distinto tamaño que servirían para envasarlo y conservarlo. Había tinajas de barro, de distinto tamaño, las más grandes para el vino y las otras para el almacenamiento del aceite. El aceite, después de venir de la almazara, se guardaba en recipientes de hojalata y tinajas de arcilla cocida más pequeñas que las del vino. Los pellejos de piel –creo de cabra- eran útiles para el transporte del oro verde y líquido de nuestros olivares y el jugo rojo intenso de los paredones de Las Callejas y otros parajes de Lagunilla.
La bodega, además era el lugar más apropiado para conservar las patatas que servirían para el consumo de una cosecha a otra, así como de las destinadas a siembra en pos de nueva. Se almacenaban calabazas (algunas, eran excelentes para hacer morcillas), melones y sandías para consumo de personas y bestias. Igualmente, era el lugar apropiado para salar los jamones y conservarlos hasta el momento del consumo, llegado éste, pasaban a la despensa. Por supuesto, había más cosas, entre ellas todos los útiles para trajinar con todo lo que allí se almacenaba, así como las artesas utilizadas en la matanza, banastas, canastos y cestas de distinto tamaño y confeccionadas de distintos materias (mimbre, castaño, etc.); una gran romana para pesar sacos con patatas o castañas, cencerros para el ganado vacuno; incluso algún artilugio (alambique) para destilar el aguardiente. Ni que decir tiene, que todo tenía un orden preestablecido que facilitaba el laboreo en su interior.
En la planta baja, se reservaba un rincón o dependencia, en el que recoger otros distintos aparatos e instrumentos necesarios para la vida del campo: el aparejo o albarda de la jaca, la cabezada, el yugo para la yunta de vacas y la testera de cuero que se ponía debajo de este para proteger el cuello del animal, la hijada de largo palo para guiar a la yunta, correas de cuero fuerte y flexible para atar el yugo a los cuernos de la res, la vertedera para dar la vuelta y extender la tierra levantada, el arado para remover el suelo antes de sembrar, colleras, bozales de alambre para caballerías y ganado vacuno, aguadera para transportar el agua desde la fuente, el serón de esparto para transportar el vicio y otros productos a lomos de las caballerías, sogas para sujetar las banastas y leña encima del aparejo, destral, sierras de distintos tamaños, podón, calabozo, hoces para cortar la mies lista para cosechar; la guadaña para segar la hierba y forraje para el ganado y, próxima a ella, el medio cuerno con la piedra de afilarla; azadón, pala, pico, rastrillo, horca de hierro, escobas de brezo atada con cuerda o alambre, escalera de mano, un farol con cuatro caras de cristal y alimentado con aceite, y otras muchas cosas que harían interminable su relación. Pero lo que me llamaba la atención, era un aparato de gruesa madera de encina en forma de V invertida que unía sus brazos por otras tres fuertes maderas y que servía para transportar grandes rocas o piedras labradas para la construcción mediante arrastre por una pareja de vacas o bueyes, ignoro cómo se llama. Todo estaba ordenado, colocado bien sobre el suelo o colgado de la pared, de tal forma que podría decirse aquel dicho que dice: “un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”.
Las ventanas de la planta baja se hallaban protegidas por fuerte enrejado inserto en las jambas, dinteles y alféizar graníticos.
El gran portalón de la entrada tenía dos hojas de madera de roble, abría hacia dentro; además de la gran llave de hierro para trancarlo, tenía dos enormes pasadores, uno en la parte superior que se ajustaba al marco y la inferior en un hoyo practicado en el umbral, antes de la pequeña elevación del quicio; además disponía de un pasador o cerrojo central que sujetaba ambas puertas y dos trancas de fuerte madera redonda que apuntalaban contra la piedra de las jambas. En su recia madera, tenía unos clavos de hierro forjado que unían el entramado, con la gran cabeza hacia el exterior; la unión a la pared del portal estaba dotada de seguras y grandes bisagras o pernios de hierro que posibilitaban el giro y en la parte inferior de la izquierda, se había practicado un orificio redondo por el que entraban y salían los gatos y gallinas, era la gatera. Al exterior quedaba la aldaba de bronce para llamar a los moradores.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
CASAS

Nos regresamos a un pasado con tus relatos en el que el ser humano trabajaba duro, muy duro; pero con sosiego que hoy no se halla. Sin esa persecución que nos estresa cotidianamente de pagos y hostigamientos en el ámbito laboral. Aquellos días en el que nuestros padres nos aplicaban las tareas propias de una vida rural sin prisa pero con responsabilidades que se llevaban a cabo sin más comeduras de cabeza; el día era largo y marcado por objetivos que no se ceñían a horario alguno ¡Qué diferente ... (ver texto completo)