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LAGUNILLA: EDITAR UN LIBRO...

EDITAR UN LIBRO

Todas las semanas, los sábados, aportábamos nuestro sueldo en casa. Sobres de ocres colores que alegraban la esperanza y, sobre todo, a los que comenzábamos a producir la economía familiar nos hacía sentirnos ya mayores; era el inicio de un grado de respeto y satisfacción al sentirse útil a la familia. Ver los billetes contantes y sonantes sobre las manos de nuestra madre, apreciar la cara de alegría en ella; era una recompensa al trabajo muy gratificante. Las monedas que venían sueltas (“calderilla”), concedía que nos la quedáramos. Algunos aprovechaban el momento y solicitaban aumento de la paga. Nos daba todas las semanas un dinerillo para poder ir al cine y comprar alguna tontería. A los mayores, si tenían novia, algo más para que las pudiesen invitar; para mí… nunca llegó ese excedente. No porque no tuviera novia, es que jamás se me ocurrió decirle que la tenía; era difícil saber cuándo dejaban de ser amigas aquellas con las que uno practica el beso y el roce pudoroso del deseo. Que no era más. Sólo puro deseo, deseo de experimentar lo que el cerebro sexual te impone; pero según los valores del respeto que uno tenga hacia sí mismo hace que ese experimento se retrase. Tanto como el tiempo que tarde en dar con el amor sincero, el que nubla los sentidos y te quita el sueño. El que te arrebata el corazón y, desde ese momento, vives para esa persona sin otro sentido.