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LAGUNILLA: EDITAR UN LIBRO...

EDITAR UN LIBRO

Siempre tendré presente el calor de una masa de gente rodeándome, mis hermanos o hermanas cargando conmigo en sus brazos; siluetas y perfiles de fugaces encuentros con aquel pasado de mis primeros años de vida. Actos sueltos de imágenes que aún persisten. Uno de hambre que observé tantas veces hoy como antes, no por escasez de comida; era un capricho que a mí me daba nauseas. Mucha gana de huevo crudo tenía entonces la gente. Pocas veces veré a nadie comerse un huevo así: romper cuidadosamente el cascarón y chupar o libar todo el huevo. Algunos hermanos lo hacían. Y, por cuidar el calcio de los huesos, había quien metía los cascarones en zumo de limón, le daba unos días para que se diluyera y, al pronto, se tomaba ese zumo medicinal. El conservar la matanza hasta que se agote sin que se pierda o estropee daba mucho que ingeniar. No existían congeladores ni frigoríficos como ahora. Mi madre cogía esas chichas (decía así a las carnes ella) y las sumergía en un adobo de oréganos, tomillos; pimentón y sal. Especias al capricho que se elegían para que bregara, en un recipiente con agua y aceite queda, ocupando rincones frescos de la casa cuando no estaba en la gélida bodega. Fórmulas para la conservación tan rústicas y efectivas, tan sanas todas ellas.