MI GRAN AMIGO GUILLERMO (7ª entrega)
Es curioso que, tras tantos momentos gratos de aquella infancia, sólo recuerde unos compases de toda una obra marcada de sostenidas emociones. Hoy quiero dejar de narrar aquellos atardeceres en los que mi amigo se entregaba a sus más entregadas amistades, aquellas que estaban siempre a su lado y no se marchaban tras las vacaciones.
Algunas oportunidades tuve de observar que, los amigos de todo el año; los que crecieron con él en la escuela (por decirlo de alguna manera); son los que mejor le conocen y se lo pasan de juerga. No se cuenta conmigo porque, dejando entrar ya la tarde, cada uno va por su cuenta. Y así fue que lo hallé con sus quintos, arrasando con cuanto vino allá hubiera; portaban un garrafón e iban, por la pista del baile, invitando a que bebieran. Luego nos entramos (yo también) adentro de la sala y echamos a todas las mujeres fuera. Que para locuras que allí se hicieron sobraban estas compañeras. Calzón al aire de algunos y otras trastadas ingenuas. Saltos y risas que nunca se vieron afuera. No hubo potro manso dentro de aquella cueva. Y, la noche de lobos, eran de quintos que aullaban sin luna y con una resaca buena.
Es curioso que, tras tantos momentos gratos de aquella infancia, sólo recuerde unos compases de toda una obra marcada de sostenidas emociones. Hoy quiero dejar de narrar aquellos atardeceres en los que mi amigo se entregaba a sus más entregadas amistades, aquellas que estaban siempre a su lado y no se marchaban tras las vacaciones.
Algunas oportunidades tuve de observar que, los amigos de todo el año; los que crecieron con él en la escuela (por decirlo de alguna manera); son los que mejor le conocen y se lo pasan de juerga. No se cuenta conmigo porque, dejando entrar ya la tarde, cada uno va por su cuenta. Y así fue que lo hallé con sus quintos, arrasando con cuanto vino allá hubiera; portaban un garrafón e iban, por la pista del baile, invitando a que bebieran. Luego nos entramos (yo también) adentro de la sala y echamos a todas las mujeres fuera. Que para locuras que allí se hicieron sobraban estas compañeras. Calzón al aire de algunos y otras trastadas ingenuas. Saltos y risas que nunca se vieron afuera. No hubo potro manso dentro de aquella cueva. Y, la noche de lobos, eran de quintos que aullaban sin luna y con una resaca buena.
