CAMINANDO HACIA EL RISCO
Guardaba en mis recuerdos un estrecho camino de lascas y tropezones de dura pedrisca, una angosta pendiente que descendía hacia lo que mis familiares identificaban por “Los Riscos” y que, por mi corta edad y estructura física, me parecían y se me antojaba aquel camino y su ladera de unas proporciones descomunales, al tanto que mis pies no dejaban de tropezar por el piso que tan irregular iba llevándonos monte abajo. Un canelo mastín nos limpiaba el camino de alguna desafortunada bastarda que caía en sus torvas fauces; el can la tomaba con presteza y, tal fuese el crótalo más venenoso de estas tierras, lo sacudía de tal fiereza que no reaccionaba el reptil y era muerto en un ¡tris tras! Y al rato nos acercábamos al rincón del crimen y descubríamos aquel oscuro reptil ya destrozado. En otro punto del itinerante recorrido hacia nuestra finca nos empezaba a acompañar unos aromas muy frescos. Surgía un arroyuelo que discurría transportando todo aquel fragante frescor que daba fuerza y relax a nuestro agotado caminar. Era la premonición de que ya estábamos a punto de llegar al huerto.
Guardaba en mis recuerdos un estrecho camino de lascas y tropezones de dura pedrisca, una angosta pendiente que descendía hacia lo que mis familiares identificaban por “Los Riscos” y que, por mi corta edad y estructura física, me parecían y se me antojaba aquel camino y su ladera de unas proporciones descomunales, al tanto que mis pies no dejaban de tropezar por el piso que tan irregular iba llevándonos monte abajo. Un canelo mastín nos limpiaba el camino de alguna desafortunada bastarda que caía en sus torvas fauces; el can la tomaba con presteza y, tal fuese el crótalo más venenoso de estas tierras, lo sacudía de tal fiereza que no reaccionaba el reptil y era muerto en un ¡tris tras! Y al rato nos acercábamos al rincón del crimen y descubríamos aquel oscuro reptil ya destrozado. En otro punto del itinerante recorrido hacia nuestra finca nos empezaba a acompañar unos aromas muy frescos. Surgía un arroyuelo que discurría transportando todo aquel fragante frescor que daba fuerza y relax a nuestro agotado caminar. Era la premonición de que ya estábamos a punto de llegar al huerto.
