BARBADILLO: Esa España a la que no había llegado la electricidad...

Esa España a la que no había llegado la electricidad existía. Hoy, para los que sois jóvenes, parece lejana, pero no es un cuento, fue una realidad cercana, como tampoco lo es el que haya cambiado tanto que sea difícilmente creíble por estas nuevas juventudes y dar como ciertos muchos recuerdos de apenas un par de generaciones anteriores. Pues éste, el de Toñín, un niño que contaba mi misma edad ha estado presente en muchos de mis cumpleaños. No eran todos pero así eran parte de esos pueblos en los que nos tocó vivir. Duros y crudos inviernos, con pocas comodidades que procurábamos paliarlas con juegos arropándonos unos a otros en medio de grandes pandillas como gorrioncillos pues en esos tiempos os puedo asegurar que la píldora antibaby no había llegado al pueblo.
Como ya os dije, radio y tv se van convirtiendo en los ojos y oídos del pueblo dejando los acontecimientos locales en un segundo plano con lo que las noticias que traen las ondas acaparan los chismes y comentarios de los nuevos intelectuales del lugar. Mientras, a los que somos peques nos toca machacar cotidianamente el camino hacia las escuelas e iniciarnos en ese esfuerzo para que el día de mañana lleguemos a ser unos “hombres de provecho”.
Don Benja y D. Felicísimo son los encargados de ejercer tan docta labor para los varones y Dñª Rosa y Dñª Rosario para las chicas. El cabás donde metíamos todos los útiles escolares era nuestro compañero de crecimiento, pizarra y pizarrín, catecismo y enciclopedia junto con el vaso para la leche en polvo que día tras día Pilar nos repartía antes del recreo.
Todos los peques solíamos ocupar un pupitre determinado durante nuestro paso por la fría pero luminosa aula magna popular. Los peores eran los cercanos a esos cristales que permanecían rotos durante casi todo el curso sin que nadie se prestase a evitar el gélido aire que por ellos se filtraba. Los desafortunados estaban pendientes más de su tiriteo que de la lección del maestro.
Una cosa común para casi todos los que íbamos a la escuela fueron las botas de goma para evitar mojarnos los pies, botas que nos las solían comprar de un número mas grande para que sirviesen más de un año. Al principio nos las apañábamos con dos o tres pares de calcetines para que al correr no se nos saliesen del pie y cuando ya nos comenzaban a hacer daño se compraban unas nuevas. A pesar de todo eran endiabladamente frías en invierno y calurosas en verano dejándonos el sudor caprichosos dibujos en nuestros pies.
Años 60-IV