ALDEANUEVA DE FIGUEROA: Tengo el remordimiento de conciencia siempre a flor...

Tengo el remordimiento de conciencia siempre a flor de piel por no haber grabado todas las peripecias de mi padre durante la guerra.
Desde el 18 de Julio del 36 hasta el 1 de Abril del 39.
Casi tres años con el fusil en la mano, menos por la noche, en que hacía “trabajos especiales”, es decir, era un “hijo de la noche”, un espía voluntario que se acercaba a las trincheras enemigas o entraba en algún pueblo, siempre buscando información sobre “los rojos”.
También, tras las refriegas bélicas, se apuntaba voluntario para, en campo de nadie, recoger heridos o muertos.
No hace mucho tuve en mis manos el reloj de bolsillo que, poniéndole el pie en el pecho a un cadáver, se lo arrancó.

Mi pueblo quedó, desde el comienzo en la “zona nacional”. No en vano el Palacio del Obispo sería el Cuartel General de los sublevados y donde Franco accedió al mando único, como Generalísimo.

Como, según la ley, bastaba que sólo un miembro de la familia estuviera en el frente, tanto mi tío Marcos, como mi tío Manolo, que, además estaban casados, no fueron al frente, sino mi padre, que era soltero y, además, el más pequeño.

Fue el miedo a ser sometido a un consejo de guerra y, por lo tanto fusilado, lo que le contuvo para pegarse un tiro en la mano o en el pie, y volver como “mutilado de guerra”.
A más de uno le hicieron un “consejo de guerra”.
Decía mi padre que, por la distancia, podía saberse si se había dado o le habían dado el tiro, por el simple análisis de la herida.

Yo le notaba no sé si la envidia o el reproche de los que, como él, incluso amigos suyos, fueron a la guerra, pero ya enfermos, y que pasados unos pocos días volvieron de la guerra como “mutilados”, con pensiones envidiables y que a mi padre lo llevaban los demonios.

Sea Crescencio, Paciente, Abundio, Carlos, José María, Quico “el Fanego”, “Chilailas”, o el de Nicolás Juanes.

Estoy leyendo el documento de D. Enrique Muñoz, comandante jefe, batallón del regimiento de infantería Toledo, número 26, en el que dice:
“Certifico que el soldado Eugenio Morales Escribano (mi padre) se incorporó a este batallón, siendo destinado en el frente de Robledo de Chavela (Madrid)… y como fuerza de reserva en varios pueblos de vanguardia…. intervino en las operaciones de Madrigalejo (Cáceres)…. También como fuerza de reserva en varios pueblos de vanguardia…. Tomó parte en las operaciones de Puente del Arzobispo (Toledo)…. Fuerza de reserva en varios pueblos de vanguardia….. en el frente de Brunete (Madrid), interviniendo en las operaciones…. como fuerza de reserva en Villafranca del Castillo (Madrid)…. Ha sido propuesto para la medalla de Campaña Dos Cruces Rojas y una Cruz de Guerra (obtenidas, según consta en otro documento a la vista, en el que se añade que “heridas sufridas: ninguna” y “correctivos: ninguno”… su conducta buena, considerándole adicto al Movimiento Nacional.
Y para que conste y a efectos de licenciamiento expide el presente en Tárrega (Lérida), a uno de Agosto de mil novecientos treinta y nueve. Año de la Victoria.
Firmado Enrique Muñoz.

Pero –me repetía mi padre- ¿para qué me han servido? Para nada.
Mientras otros, sin hacer nada, están y siguen cobrando una paga de “mutilado de guerra” sin, casi, pisarla o sin pisarla.

Se vanagloriaba de no haber dado un paso atrás, siempre tras un valiente cabo o sargento, cojo y tuerto, que en vez de mandar iba siempre dando ejemplo.
Hablaba muy mal de los italianos, refugiados tras las piedras y miedosos y cobardes hasta más no poder.

Sí recuerdo cuando me decía cómo había días que, en Zaragoza, dormía de pie, en las trincheras, con el agua y el barro hasta la rodilla, buscando el calor entre los compañeros y cómo alguna vez el compañero estaba frío, muerto.
Y el “matarratas” matutino, para entrar en calor y que, según iba bajando hasta el estómago, parecía fuego quemándolo todo.
“Matarratas” es el aguardiente usual o el anís de mala calidad y que, en tiempo de guerra, también se le denominaba “asaltaparapetos”, pues se distribuía entre la tropa antes de un ataque frontal.

Lo que también tuvo mi padre (Eugenio = “bien nacido”) fue una “novia de guerra”, de nombre Juanita, de Tarragona, pero no se casó con ella, sino con mi madre (Eugenia = “bien nacida”), de mi pueblo, al año siguiente de licenciarse, en 1.940.

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