ALDEANUEVA DE FIGUEROA: LOS CURAS DE MI PUEBLO....

LOS CURAS DE MI PUEBLO.

Como nací en el 44 han sido varios los curas que he conocido, naturalmente todos ellos en y con el nacional-catolicismo y la interpretación de nuestra guerra “incivil” como una Cruzada contra el marxismo-ateísmo-comunismo, y todos, en la misa rezando “pro duce nostro Francisco”, el salvador de España de las garras enemigas y que era el que, luego, pagaba, eximía de impuestos, de sumisión a la justicia ordinaria, exención del servicio militar,… auténticos guardianes celosos del régimen.

Don Isidro Barriga, que hacía honor a su apellido, gordinflón, típico cura de pueblo, y al que besábamos la mano (“buenos días/buenas tardes, padre”).
El fue el que me dio la primera comunión, pero no recuerdo catequesis alguna. Tenía edad para ello. Un cura ni fu ni fa, que estaba pero como si no estuviera. Y al que le llevé media docena de huevos el día de la primera comunión, pero que, como los llevaba en el bolso de la chaqueta azul de marinero, ninguno llegó sano a su destino.
Igual que el sol sale por la mañana y se pone por la noche, igual era la misa de los domingos y fiestas de guardar, la confesión y comunión por Pascua Florida y yo, monaguillo, dando fe de ello escribiendo el nombre y apellidos en unas células de papel y que podían ser reclamadas por la autoridad competente y como certificado de buena conducta y de buen español.
Los viacrucis y las velaciones (fiestas de barrio, con la competencia en el adorno de la virgen, por parte de las jóvenes y del toque de campanas al mediodía y que podía llegar hasta las cinco de la tarde).

Don Eduardo, natural de Aldeadávila de la Ribera fue el que nos preparó para ir al Seminario a Seve y a mí. Los pellizcos en el carrillo, con cardenales visibles, que le hacía a Manolo el Alguacil, otro aspirante, cuando no sabía la conjugación de los verbos.
Esperábamos los sábados, cuando el barbero del pueblo, el Sr. Marcos, el “patitas” iba a hacerle la coronilla.
Un cura que pasó sin pena ni gloria, pero muy interesado.
Quiso cobrarle mi tío Martín, por anticipado, una mensualidad porque pensaba rezar, a diario, responsos por mi tía, muerta.

Don Lorenzo era un místico, de fe profunda, utópico. Me juraba haber visto “bailar las hostias en el cáliz” cuando meditaba en silencio.
Tenía muy buenos proyectos con la juventud. Construyó cuatro pisos, pidiendo dinero a “to dios” y colaborando el pueblo arrimando arena, trayendo ladrillos, retirando escombros,…
Quería hacer reuniones de jóvenes en los pisos. Una Acción Católica viva.
Al final, el obispo, lo desplazó y los pisos, del pueblo, fueron mal vendidos/mal comprados por una familia.

Don Antonio fue el siguiente. Coincidí con él en el Seminario, aunque era cuatro o cinco cursos superiores al mío.
Otro cura que estuvo pero que podía no haber estado y nadie lo habría echado de menos.

Posteriormente varios curas se repartían los pueblos a los que iban los domingos, fiestas, entierros y misas de difuntos, pero que ya no vivirían en el pueblo.

Actualmente, uno de ellos es mi amigo Serafín, un Trinitario, y que no creo que se crea lo que predica en los sermones. Además de que sus sermones son vacíos, palabras huecas.

Pero antes del 44 hubo varios que, evidentemente, no conocí pero que mi madre que, con sus 97 años, es una enciclopedia viviente me lo cuenta.

El cura Isabelino, primo carnal del “tío Manuel, el gigante” (un hombre bajito) albañil y padre de albañiles, el que hace 65 años levantó la casa en la que he vivido siempre. Con los tabiques de adobe y la claraboya hecha con cañizos de caña cortados a la mitad y recubiertos de yeso.
Yo no sé cómo pudieron poner la viga del sobrado, que había sido un mayo y que cubre toda la casa.
El cura Isabelino, vestido de mono azul y con pistola en mano, venía al pueblo a reclutar jóvenes para alistarlos en el ejército de Franco.

El cura (¿) Teófilo, que murió el día antes de cantar misa.

El cura Trabanzos, que debe ser el que estaba enterrado en una tumba mirando a la iglesia, cuando todas están mirando a Occidente.
Cuando lo desenterraron apareció la casulla y demás vestimenta.
Este cura quería cobrarle, en vida, al “tío Salvador, el “tío Tumba”, un republicano que no podía ver a los curas, unas misas gregorianas, al considerarlo un agricultor pudiente.
Las misas gregorianas eran treinta misas, por el difunto, de manera ininterrumpida, durante treinta días, sin saltarse ninguna (habría que empezar de nuevo) para conseguir la gracia de la segura salvación.
Una especie de certificado, como el que el Padre Serrano, jesuita, nos garantizaba el cielo (algo revelado por Dios) si confesábamos y comulgábamos los nueve primeros meses de mes (meses seguidos), si no, habría que empezar de nuevo.
La gracia prometida era tentadora: moriríamos en gracia y no en pecado, no moriríamos sin recibir los sacramentos y no nos condenaríamos sino que se nos garantizaba la segura salvación.

Actualmente, en esa tumba, (que debe ser la del cura Trabanzos) figura una lápida, en mármol negro, con escudo, coronado y con dos castillos y dos cruces de Calatrava (¿).
Está fechada en el siglo XVII, en 1.663 y la inscripción dice: “esta sepultura y losa es de los Señores de Lagunas Rubias, de naturaleza Enríquez. Dotada en memoria del honrado caballero Don Alonso Enríquez Herrera Maldonado Aguirre y Paz, que aquí yace. Falleció año de 1.663.

Lagunas Rubias, junto a Cabeza Barajas y Taragudo son tres alquerías de Aldeanueva de Figueroa.
Los dueños de Lagunas Rubias, a los que yo conocí, así se apellidaban, “Herrera” y la parte oriental de la alquería se denomina Las Canteras de Maldonado, cerca del Hoyo del Infierno, ya en el límite con Zamora.

Pero también hay que recordar a Jesús Calvo Escribano, canónigo de Santiago de Compostela desde muy joven, una gran promesa, pero que, habiendo nacido en 1.879, fallecería en 1.918, cuando se encontraba de visita en Salamanca, viéndose afectado por la epidemia de gripe, falleciendo de una bronco-neumonía.

Año horrible el 1.918.
Muchas veces me lo recuerda mi madre. El año de la gripe, que diezmó al pueblo, y el año de la “Pedrea”, el día de San Pedro, en que se perdió “toda la cosecha” y año, pues, de hambre.