ALDEANUEVA DE FIGUEROA: El marranero, el cabrero, el borriquero, el boyero,...

El marranero, el cabrero, el borriquero, el boyero, el barbero/peluquero, el pastor, el esquilador (de ovejas y de burros), el capador, el herrador, el herrero, el molinero… eran puestos laborales que siempre estaban cubiertos y, para comer, daban.

En mi casa había cuatro cerdos de cría que, todos los días, los llevábamos al camino e iban, con el marranero, al campo; dos bueyes armuñeses y dos vacas (para trabajar, para parir y para dar leche) y que tenían (en la temporada de pastos) la Huerta Chica, la Huerta Grande, el Valle y Los Cachones; dos cabras que también recorrían el campo, dos burros/as, que alternaban los pastizales con el ganado vacuno, unas 15 ó 20 ovejas que, cada año parían uno o dos corderos que vendíamos al carnicero de Salamanca y que todos los años esquilábamos.
Se lavaba la lana en la Reguera, una mano y otra mano, un agua y otro agua y que en invierno, mi abuela, en el cumbre, tomando el sol cuando más frío hacía, resguardada en la abrigada que preparaba con una sayaguesa, una cuerda, un palo y la pared, iba hilando con el uso de mano, de madera y haciendo los ovillos,
Mi madre era la que con las aguja de hacer punto nos hacía unos jerseys con filigranas en forma de cuadros, a veces de dos colores, y unas bufandas que abrigaban lo suyo.
Los calcetines, con cuatro agujas, eran la especialidad de mi abuela.

Los cerdos era obligatorio caparlos. Lo hacía el capador pero, al final, lo hacía mi padre y, a continuación, con los huevos de los machos se hacían unos platos de comida exquisitos.
Igualmente cuando criábamos, para la labor, algún ternero, cuando llegaba a novillo, metido en el potro de herrar, se lo capaba. ¡Cuánto dolor tendría que sufrir el animal al cortarle o estrangularle los conductos seminales y, tras ello, atarle una cuerda fuertemente en la bolsa ¡Al principio andaba dolorido. Y se le notaba.

La barbería/peluquería era el lugar sabatino de los padres, para afeitarse a navaja, (como el lavadero, de los lunes, el lugar de las madres) en que se ponían al día de los acontecimientos que había ocurrido en el pueblo.
El barbero/peluquero/, todos los años, al acabar el verano, salía a cobrar en especie, en trigo, no recuerdo la cantidad.

¿Y las maquinillas de cortar el pelo que empleaban los barberos/peluqueros?. En mi pueblo había dos: el Sr. Marcos, con sus hijos, Pedro y Tomás, que también eran albañiles y los que tocaban música, para el baile, los domingos. Tomás la dulzaina o redoblante, Pedro el Bombo y el Sr. Marcos el clarinete.
El otro barbero/peluquero era Kiki, que en plena faena, decía: “un momento”, e iba corriendo al bar del Sr. Pulgo a beber el vaso de vino. Estaba alcoholizado, aunque él lo negase.
Cuando yo estaba ya estudiando, en los curas, en el Seminario de Calatrava, tenía una hija estudiante y su conversación era que “su hija había sacado unas notas tan extraordinarias que se las habían llevado a Madrid”.
Y la gente se preguntaba que para qué.
Luego la chiquilla dejó de estudiar.

Pero ¡había un pique entre los dos barberos por ver quién de los dos afeitaba y cortaba mejor el pelo ¡

El molinero era de La Orbada. Era el Sr. Pepe, el Molinero. En mi pueblo no había molino. No cobraba en metálico sino en maquila, una cierta cantidad por saco molido.

Al menos tres veces íbamos con el carro cargado de costales.
Una con cebada, para panija, para los cerdos.
Otra con algarrobas y yeros, para cebo, para los bueyes.
Y la tercera con trigo, para harina, para hacer el pan. Nos separaba, el Sr. Pepe, la harina, blanca-blanquísima, generalmente del trigo candeal, del salvado.
El salvado se lo dábamos a las gallinas y a los cerdos, mezclado con agua caliente, que debía de ser un “bocatto di cardinale”, para ellos.
En aquellos tiempos, comer pan integral, era un desdoro, pan de pobres.
El pan blanco era signo de distinción.

Y recuerdo el SOBRADO, al que he visitado cada año que voy al pueblo, aunque ahora todo lo que hay son cachivaches y ya no grano.
Y allí está la báscula, en la que tras ajustarla (levantarla y dejarla caer en sus apoyos) me he pesado cada año.
Allí sigue, ya muerta de risa.

En mi pueblo, creo que nadie tenía panera. Todos tenían el sobrado, en la parte alta de la casa, para que el grano no se humedeciera.
Pero, así como la paja, en algunos lugares de España, se sube al sobrado desde la calle y con una polea o garrucha, el grano hay que subirlo por la escalera, en sacos o costales.
La de mi casa tenía/tiene 15 pasos o peldaños o escalones.
La tarea comenzaba en la era.

Una vez cribado el grano y amontonado en un muelo, en forma de cono (se hacían apuestas para calcular cuántas fanegas habría y los viejos del lugar se acercaban mucho a la realidad. Si decían que 45 fanegas, saldría un poco más o un poco menos, pero…), se le pasaba la pala, en forma de cinta alrededor (que si no estaba la mañana siguiente era señal de que, aprovechando la noche, alguien había robado algo de grano).

Para subir el grano al sobrado se echaba mano de la familia, de los tíos, como en la matanza.

Comenzaba la cadena:
1.- El que, con la media fanega entre las manos, iba llenándola justo al ras, y sin usar el rasero.
2.- El que sostenía los costales o sacos de pita y, abriéndolos por la boca, el medidor iba llenándolos, con tres medias fanegas o dos fanegas (unos 82 kilos si era trigo, si era cebada o avena unos 66, si era lenteja más de 82)
3.- El que iba atándolos y amontonándolos.

Se reculaba el carro y dos abajo y uno arriba iban echándolos y colocándolos en el carro.
Si eran costales, alargados, se juntaban mano derecha de uno con mano izquierda del otro, se volteaban al carro, y el que estaba arriba, metiéndole la rodilla los iba ajustando en el carro.
Si eran sacos, al ser más bajos, se hacia agarrando un palo cada uno por las puntas y se volteaban, igualmente.
Eran más fáciles de manejar los alargados costales.

Cuando ya estaba el carro lleno, al sobrado.
Uno, arriba, iba acercándolos al final del carro y los de abajo, echándoselos al hombro, iban escalera arriba, hasta el sobrado y se vaciaban en el lugar adecuado, separando los distintos granos.

A veces, cuando el cabeza de familia, por enfermedad, no podía ayudar a los familiares, tampoco pedía ayuda y la familia subía, en tres medias o en una fanega (nunca en dos fanegas) escalera arriba.

Subir el grano al sobrado era, como he dicho, para evitar la humedad, pero, también, porque en marzo o abril del año siguiente valía unos céntimos más por kilo.

Al silo de Gomecello se transportaba, antes de la introducción del tractor, en carros de mulas bien de los Madrugas, bien de Eloy, bien del Sr. Moreno.
Pero, antes, había que hacer, la noche anterior, el trabajo contrario. Medir con la media fanega y llenar los sacos (no costales) a dos fanegas, más o menos del mismo peso.
A la mañana siguiente, de madrugada, bajar los sacos a hombros y el mulero iba colocándolos en el carro. En total 20 sacos, 40 fanegas.
El orden era, tanto en la parte delantera como en la trasera, de la siguiente manera: dos sacos tumbados, dos igualmente tumbados encima, uno en la mitad, dos, de lado y a los lados y el último, tumbado, entre los dos ladeados. En medio de las dos hileras cuatro sacos tumbados.

Por la noche el mulero llegaba con la factura en la que venía señalada, en kilos, la carga, el precio por kilo y el total. A continuación, de ese dinero, se le pagaba al transportista.