LA URRACA ADELFA
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Había una vez una joven urraca llamada Adelfa la cual tenía una forma de ser muy diferente a su parvada que le decía que era muy andariega y, por lo tanto, no tendría compañero para formar una familia; esto le era indiferente pues se sabía libre y no iba a cambiar su forma de ser para complacer a los demás. Era fiel a su personalidad, con decir que, en esos andares, conoció a quien sería su único y mejor amigo, un viejo perro de raza labrador llamado Cleofás.
Cleofás todos los días la invitaba a almorzar; ahí tenía a su disposición agua limpia y un plato rebosado de croquetas, su comida favorita. El perro siempre estaba feliz de que lo visitara pues le gustaba escuchar las mil historias que le contaba de su largo recorrido.
- ¡Qué bueno que llegaste! ¡Ahora sí termíname de contar de tu recorrido por el bosque! -Le dijo Cleofás lleno de júbilo.
-Te cuento que, esta vez, la señora coneja tuvo una gran camada y el señor conejo está muy mortificado. ¿Ahora cómo le va a hacer para mantener a tantos hijos? El señor castor está deprimido e inconsolable, al parecer se le quebró uno de sus dientes, ya no va a poder trabajar igual -Y así, sucesivamente, le platicaba a su querido amigo el andar de su vida cotidiana.
- ¡Ay! Cómo me gustaría poder volar o siquiera salir a conocer otras partes. Suspiraba melancólico el perro.
- ¿Y por qué no lo haces? Vives encerrado, no tienes con quién jugar o platicar, salvo en las mañanas en que vengo a conversar contigo y eso antes de que salga la loca de tu dueña y me corra a escobazos; ella cree que te estoy robando tu comida, lo que no sabe que eres tan dadivoso que tú mismo me la ofreces.
-Te confieso que a veces tengo miedo por ti, la vez pasada casi te alcanza la escoba y después que te vas me regaña por qué no defiendo mi comida.
- ¡Ya lo sé, me grita diciéndome hurraca ratera y desvergonzada, cree que te la robo!
-Sí, ja, ja, ja, ella no sabe que, hace tiempo, somos amigos; si no fuera por tu compañía mi vida sería muy triste. De verdad, aunque mi dueña es buena y me quiere, no puedo hablar con ella y decirle que me siento viejo y cansado sin ánimos de nada -dijo Cleofás a punto de llorar.
-No digas eso amigo, te ves sano y fuerte, vas a ver qué vas a vivir muchos años, además, tu dueña te quiere, aunque no sabe cómo demostrarlo.
Al paso del tiempo el perro enfermó de un mal mortal llamado “moquillo”. Dejó de beber y comer y su cuerpo se inmovilizó por completo. Su dueña no sabía que decisión tomar, ya que el veterinario le había dicho que en esas condiciones solo quedaba esperar el final, no lo pudo soportar y pidió que fuera dormido o, como muchos dicen, darle una muertepiadosa.
Así fue como el viejo Cleofás emprendió el viaje sin retorno. La urraca, que aún no sabía la suerte de su querido amigo, día tras día iba a visitarlo, pero ni rastros de él; sólo su collar colgaba del árbol y el plato vacío por días enteros hasta que, por fin, una paloma que vivía en el interior de un pino de esa casa se compadeció de ella y le dijo:
-Si buscas a tu amigo, te tengo malas noticias: hace días se lo llevaron muy enfermo, pero ya no regresaron con él, al parecer murió, pues he visto que su dueña por las tardes viene y llora bajo la sombra del árbol.
- ¡No puede ser, ni siquiera nos despedimos, él era mi único amigo y ha muerto! -Adelfa lloraba inconsolable.
De verdad le dolía el deceso de su amigo, lo que la consolaba un poco es que él ya no se sintió tan solo y que ella le mostró lugares que jamás conocería pues, aunque era querido, siempre estuvo limitado al perímetro de la granja y deseando desde el fondo de su corazón ser libre.
Una tarde soleada, Adelfa encontró un pedazo de pan en el estacionamiento de un supermercado. Contenta lo comía pues ahora era más difícil conseguir alimentarse. En eso, un ratoncito se acercó cautelosamente a recoger las migajas que caían del pan, iba y venía con miedo y precaución, no vaya a ser que a la urraca se le antojara mejor comer carne. Al ver la intención del ratón, Adelfa cortó un pedazo y se lo llevó al ratón, el cual, estaba escondido al otro extremo de la calle porque sabía que estaba hambriento y no desistiría hasta haber comido siquiera un bocado. El ratón salió de su escondite y se lo llevó rápidamente. Adelfa se alejó volando y pensando en las palabras de su querido amigo.
“No te hace más pobre sí se comparte un poco de lo que se tiene, pues algunos tienen mucho, otros lo indispensable y los menos afortunados no tienen nada; a esos son a los que debemos ayudar porque están a la gracia de Dios y eso se llama, querida amiga, ayudar a tu prójimo”. -Adelfa, siempre recordaba lo generoso que Cleofás fue con ella pues todo se lo compartió y dijo en voz alta como si su amigo pudiera escucharla.
- Eso es lo que hice hoy, ayudar a mi prójimo.
Como ya era costumbre no dejaba de visitar la casa de su amigo, imaginando que aún seguía ahí; algo loco, pensaba, pues su ilusión era verlo una vez más. Era tanto su anhelo que el cielo se compadeció y se lo concedió, pero de diferente manera: Un cachorro de escasos 3 meses asomó su cabecita por la puerta entreabierta de la entrada de la casa. Desde adentro se escuchó el grito de la dueña diciendo: ¡Cleofás, perrito desobediente, ven acá, te dije que no te salieras!
Adelfa miraba incrédula, ese cachorro era el vivo retrato su querido amigo. Ya no estaría sola y dijo rebosante de felicidad:
¡Ojalá acepte ser mi amigo!
Y colorín colorado este cuento se ha acabado y una nueva amistad ha empezado.
Autora: Perla Concepción Rojas de León.
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Había una vez una joven urraca llamada Adelfa la cual tenía una forma de ser muy diferente a su parvada que le decía que era muy andariega y, por lo tanto, no tendría compañero para formar una familia; esto le era indiferente pues se sabía libre y no iba a cambiar su forma de ser para complacer a los demás. Era fiel a su personalidad, con decir que, en esos andares, conoció a quien sería su único y mejor amigo, un viejo perro de raza labrador llamado Cleofás.
Cleofás todos los días la invitaba a almorzar; ahí tenía a su disposición agua limpia y un plato rebosado de croquetas, su comida favorita. El perro siempre estaba feliz de que lo visitara pues le gustaba escuchar las mil historias que le contaba de su largo recorrido.
- ¡Qué bueno que llegaste! ¡Ahora sí termíname de contar de tu recorrido por el bosque! -Le dijo Cleofás lleno de júbilo.
-Te cuento que, esta vez, la señora coneja tuvo una gran camada y el señor conejo está muy mortificado. ¿Ahora cómo le va a hacer para mantener a tantos hijos? El señor castor está deprimido e inconsolable, al parecer se le quebró uno de sus dientes, ya no va a poder trabajar igual -Y así, sucesivamente, le platicaba a su querido amigo el andar de su vida cotidiana.
- ¡Ay! Cómo me gustaría poder volar o siquiera salir a conocer otras partes. Suspiraba melancólico el perro.
- ¿Y por qué no lo haces? Vives encerrado, no tienes con quién jugar o platicar, salvo en las mañanas en que vengo a conversar contigo y eso antes de que salga la loca de tu dueña y me corra a escobazos; ella cree que te estoy robando tu comida, lo que no sabe que eres tan dadivoso que tú mismo me la ofreces.
-Te confieso que a veces tengo miedo por ti, la vez pasada casi te alcanza la escoba y después que te vas me regaña por qué no defiendo mi comida.
- ¡Ya lo sé, me grita diciéndome hurraca ratera y desvergonzada, cree que te la robo!
-Sí, ja, ja, ja, ella no sabe que, hace tiempo, somos amigos; si no fuera por tu compañía mi vida sería muy triste. De verdad, aunque mi dueña es buena y me quiere, no puedo hablar con ella y decirle que me siento viejo y cansado sin ánimos de nada -dijo Cleofás a punto de llorar.
-No digas eso amigo, te ves sano y fuerte, vas a ver qué vas a vivir muchos años, además, tu dueña te quiere, aunque no sabe cómo demostrarlo.
Al paso del tiempo el perro enfermó de un mal mortal llamado “moquillo”. Dejó de beber y comer y su cuerpo se inmovilizó por completo. Su dueña no sabía que decisión tomar, ya que el veterinario le había dicho que en esas condiciones solo quedaba esperar el final, no lo pudo soportar y pidió que fuera dormido o, como muchos dicen, darle una muertepiadosa.
Así fue como el viejo Cleofás emprendió el viaje sin retorno. La urraca, que aún no sabía la suerte de su querido amigo, día tras día iba a visitarlo, pero ni rastros de él; sólo su collar colgaba del árbol y el plato vacío por días enteros hasta que, por fin, una paloma que vivía en el interior de un pino de esa casa se compadeció de ella y le dijo:
-Si buscas a tu amigo, te tengo malas noticias: hace días se lo llevaron muy enfermo, pero ya no regresaron con él, al parecer murió, pues he visto que su dueña por las tardes viene y llora bajo la sombra del árbol.
- ¡No puede ser, ni siquiera nos despedimos, él era mi único amigo y ha muerto! -Adelfa lloraba inconsolable.
De verdad le dolía el deceso de su amigo, lo que la consolaba un poco es que él ya no se sintió tan solo y que ella le mostró lugares que jamás conocería pues, aunque era querido, siempre estuvo limitado al perímetro de la granja y deseando desde el fondo de su corazón ser libre.
Una tarde soleada, Adelfa encontró un pedazo de pan en el estacionamiento de un supermercado. Contenta lo comía pues ahora era más difícil conseguir alimentarse. En eso, un ratoncito se acercó cautelosamente a recoger las migajas que caían del pan, iba y venía con miedo y precaución, no vaya a ser que a la urraca se le antojara mejor comer carne. Al ver la intención del ratón, Adelfa cortó un pedazo y se lo llevó al ratón, el cual, estaba escondido al otro extremo de la calle porque sabía que estaba hambriento y no desistiría hasta haber comido siquiera un bocado. El ratón salió de su escondite y se lo llevó rápidamente. Adelfa se alejó volando y pensando en las palabras de su querido amigo.
“No te hace más pobre sí se comparte un poco de lo que se tiene, pues algunos tienen mucho, otros lo indispensable y los menos afortunados no tienen nada; a esos son a los que debemos ayudar porque están a la gracia de Dios y eso se llama, querida amiga, ayudar a tu prójimo”. -Adelfa, siempre recordaba lo generoso que Cleofás fue con ella pues todo se lo compartió y dijo en voz alta como si su amigo pudiera escucharla.
- Eso es lo que hice hoy, ayudar a mi prójimo.
Como ya era costumbre no dejaba de visitar la casa de su amigo, imaginando que aún seguía ahí; algo loco, pensaba, pues su ilusión era verlo una vez más. Era tanto su anhelo que el cielo se compadeció y se lo concedió, pero de diferente manera: Un cachorro de escasos 3 meses asomó su cabecita por la puerta entreabierta de la entrada de la casa. Desde adentro se escuchó el grito de la dueña diciendo: ¡Cleofás, perrito desobediente, ven acá, te dije que no te salieras!
Adelfa miraba incrédula, ese cachorro era el vivo retrato su querido amigo. Ya no estaría sola y dijo rebosante de felicidad:
¡Ojalá acepte ser mi amigo!
Y colorín colorado este cuento se ha acabado y una nueva amistad ha empezado.
Autora: Perla Concepción Rojas de León.
Me encantan los cuentos ???? ???? ????
Bueno... ya somos dos