Las calles están limpias. Hay una persona que se encarga de esta tarea.
El pequeño parque con sus cuidados parterres dan un tono de color a la Reverilla.
Las rosas son las protagonistas y los niños de los juegos ponen sus risas como fondo musical.
De mañana, temprano, el campo tiene una sabor y color muy especial del que también conviene disfrutar. No hace falta madrugar.
La vida de cada día, con sus alegrías, sus penas y su monotonía, es también un oficio, un oficio cuya materia es el tiempo. El oficio y la existencia son para mí los dos momentos de un misma respiración (J. Guitton, 2006).
Parece que estamos en el lejano oeste. Terrenos secos, un pequeño pueblo, unas montañas peladas y un cielo de intenso azul. Pero aquí no hay indios ni pistoleros sino muchas paz y buena gente. Estamos en el duro verano.
De nuevo las uvas en un cuadro. Estamos en La Vid.
Han llegado las vacaciones. Es agosto. La calle es lugar encuentro para familiares y de amigos. El pueblo tiene otra vida.
Pocos restos quedan del pueblo pasado. La maleza, poco o poco, se extiende por el espacio antes habitado. La espadaña, en cambio, sigue en pie para recuerdo de todos.
Una artista de La Vid no se puede olvidar de las uvas en su bodegón. Gracias por la colaboración.
Desde El Moro se puede disfrutar de esta fantástica vista del pueblo en el valle de la Ojeda. La torre está vigilante, mientras las casas parecen sestear a su lado. Parece un pueblo soñado, con el campo cargado de cereales, acurrucado a la vera del río y protegido por la montaña.
Los atardeceres del otoño, están llenos de encanto, mayor si cabe desde la distancia. La añoranza es mayor desde la lejanía de la gran ciudad.Pero siempre se puede dar una paseo imaginario por estos lugares. La imagen quiere facilitarte este paseo.
Desde los bajos del coro se puede disfrutar de esta vista de la iglesia con hermosa bóveda. La foto deja el recuerdo para todos de un domingo de otoño.
La Poza se ha convertido es un buen mirador del pueblo y de todo su entorno. Cualquier hora es buena.