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MARCILLA DE CAMPOS: LA ESCUELA. EL MAESTRO/A EN MARCILLA...

LA ESCUELA. EL MAESTRO/A EN MARCILLA
Una de las cosas que más nos sorprende cuando miramos al pasado, es la falta de cultura que había en los pueblos. La fe y la formación religiosa era importante, pero muchos de los cabezas de familia no sólo no sabían leer ni escribir, sino ni siquiera firmar.
El primer maestro de quien se tiene noticias es Francisco Ortega, que ya enseñaba a los niños de Marcilla en el s. XVI, por lo menos entre 1584 y 1587. Ambrosio Santos les enseñaba entre 1670 y 1672, y Antonio Sánchez Morejón entre 1711 y 1723. Le sucedió en 1724 Manuel González, natural de Dueñas, a quien se proporcionó para dormir, una de las camas del Hospital, con su equipo de cabezal de estopa, lenzuelo también de estopa y cobertor de lana viejo y remendado; lo había pedido uno de los regidores del ayuntamiento y luego se volvería al Hospital.. Más tarde volvió Antonio Sánchez Morejón, por lo menos hasta 1732, y ganaba real y medio por día.
Se hizo célebre la frase: “Pasa más hambre que un maestro de escuela”, y esto no carece de fundamento, a la vista de los contratos que aparecen en los protocolos notariales, así en 1803 Antonio Rodríguez, vecino hasta entonces de Grijalva se obligaba a enseñar a leer, escribir y contar a los niños, y la doctrina cristiana, por cuatro cargas de trigo y los 128 reales que daba el Concejo, más lo que le dieran los padres de las niñas según convenio, y sólo tendría mes y medio de vacaciones: Agosto y 15 días por vendimias. Por entonces iban muy pocas niñas a la escuela, de ordinario menos de una docena. Es natural que para paliar su dura situación económica y para facilitar la asistencia a la escuela de algún niño pobre, que de lo contrario no iría, la cofradía del Santísimo le daba dos fanegas de trigo, y la Iglesia tres, y esto se hizo hasta 1840 en que se suspendieron los diezmos.
Hasta mediados del siglo XIX los contratos con los maestros eran a cual más variados en los diversos pueblos, ya que todo dependía de las necesidades, posibilidades, e interés cultural de cada municipio, que los contrataba por medio de sus autoridades. Y así por lo regular, un pueblo pequeño no podía permitirse el lujo de tener un maestro destacado con 120 reales y 8 cargas de trigo. (El precio medio de la carga de trigo en la última década del s. XIX, andaba entre los 90 y 100 reales).
De entre los muchos maestros que pasaron por Marcilla, habría que hacer mención por el recuerdo que han dejado en los mayores lugar a: D.. Epifanio Juárez, quien sucedió a D. Jenaro Jorge Pérez, y estuvo hasta 1919. Se recuerda de él: el espíritu patriótico y religioso, el cuidado que hacía sentir por la naturaleza y en especial por los pájaros y sus nidos, de manera que llegó al corazón de los niños. Y el esmero que ponía para que aprendieran a escribir con la mejor caligrafía en letra inglesa. Eran impecables los cuadernos de algunos alumnos…
D. Epifanio sabía enseñar y también castigar, pero más que con el palo o las manos, con medios que hacían pensar al interesado. Así el castigado que la había hecho, la solía pagar cerca de la puerta de la escuela, con algún distintivo alusivo, para que los que pasaban por la plaza le vieran o los vieran.
También ponderan muy bien los que tuvieron como maestro a D. Pedro, natural de Burgos y que llegó a Marcilla en 1920. Estuvo hasta 1945. Fallecía en Marcilla a los 49 años el 10-11-1945. Según relata D. Fco. Herreros Estébanez, testigo de este hecho: “.. Yo no contaba más que con 8 años y 5 meses y recuerdo perfectamente aquel entierro, el trayecto desde la casa hasta la Iglesia. Era el primer maestro que había conocido, y esto a lo largo de dos años, con los recuerdos y sentimientos que todo esto entraña. El pueblo en masa le daba el último adiós.
Tras la muerte de D. Pedro el 10 de noviembre, vino en su lugar, como interino, D. Teodoro hasta Navidad. No fueron más que tres meses escasos, pero dejó un recuerdo magnífico, quería mucho a los niños y los niños le queríamos mucho a él, y esto se puso en evidencia en aquella despedida que nos llenó de sentimiento. Recuerdo de una manera especial las consignas de cada día, los villancicos de vísperas de Navidad. Se le veía convencido y entusiasta, patriota y religioso, trabajador y entregado, que no solo aprovechaba el tiempo durante las horas de clase, sino también en el tiempo de recreo, acompañando a los niños y enseñándolos a jugar. ¡Cuánto bien puede hacer un maestro así de entregado e ilusionado!.
Más líneas se podían dedicar al resto de maestros y maestras que han pasado por Marcilla, cada uno/a con sus peculiaridades, con su personalidad, a todos/as ellos/as nuestros agradecimiento. Si se desea tener más información al respecto, consultar: “Marcilla huellas del pasado” de D. Fco. Herreros Estébanez. págs. 313-322).


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