Y empecé a darme cuenta...de que ser de
pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el
nido de la
cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras las
pilas de ladrillo y los bloques de cementos y las
montañas de
piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas
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