Bueno Carmina, no pongo en duda lo que dices, tampoco pongas en duda lo que yo digo, porque no me lo he inventado. Si tendria año arriba o año abajo trece años, y este señor me descubrió las piscinas cuan Colon descubrio America. Entendí que eran sitios donde la juventud caía con facilidad en las manos de Botero, que se movía entre tanto cuerpo desnudo como pez en el agua. Era yo un chico de un pueblo menor, al que Herrera se mostraba como una gran ciudad con su enorme iglesia repleta de feligreses. Estaba acostumbrado a las filípicas del joven cura del pueblo, ser joven no es sinónimo de ser progre, y este cura en la materia que nos ocupa era tan viejo como el de Herrera, eso si seguramente bastante mas activo. Hablaba mucho de los pecados de la carne, pero las lenguas viperinas decían que le gustaba, especialmente la de solomillo
Joven, recién salido del seminario, descansado, y bien alimentado, libre de zozobras, sequías y nublados, era blanco fácil de los morbosos chistes y comentarios que a falta de otras libertades circulaban por tabernas y solanas.
Este joven cura, que aún le hervían en su cabeza las incuestionables verdades inculcadas sin sacacorchos en años de seminario, seguramente soñaba con salvar al mundo, y de momento se conformaba con evitar que ninguno de sus parroquianos fuera condenado. Lo tomaba como responsabilidad suya, y estaba dispuesto a evitar a toda costa que nadie de su parroquia perdiera el juicio final.
Sin duda el caballo de Troya era el sexto mandamiento, y a desenmascarar este ardid del Diablo dedicaba la plusvalía de tiempo, que el manejo de un puñado de almas le deparaba.
Tenía a todo el pueblo metido en el doble bolso de su sotana, y nadie se escapaba de estar a su merced.
Aprovechando el calendario litúrgico, hacía frecuentes, reuniones, ya de mujeres, ya de hombres, tanto para poner flores a María, como para impartir profundas charlas sobre la moral de la entrepierna. Y no tenía prisa, Su preocupación era el diablo y no la era. En estos quehaceres siempre dedicaba más tiempo a las mozas que a los mozos.
En aquellas juveniles charlas nos descubría todo tipo de tretas que el malvado empleaba para llevarnos al huerto del pecado, y nos proporcionaba el modo de evitarlo. Entre los remedios
divinos estaba la oración y la confesión, entre los mundanos estaba el riesgo de padecer ceguera y debilidad, y cuando la tentación apretaba aconsejaba mojarse la cabeza con agua fría.
No osó este cura en mencionar lo que no estaba a nuestro alcance, como las piscinas o las duchas. Si disponíamos de abundante agua fría, Luego agua fría y palangana.
Como ves estaba yo muy ducho, en ardides y remedios. Por eso quedó en mi mente las piscinas, por ser la primera vez que supe que existían.
Para no dejar en suspenso lo de este joven párroco que aún es posible que viva. Se que fue a un pueblo con más empaque. que tuvo un quehacer con alguna moza, y que por ello muy acertadamente el SR Obispo lo desterró a un convento de monjas. No quieres té la taza llena.
Joven, recién salido del seminario, descansado, y bien alimentado, libre de zozobras, sequías y nublados, era blanco fácil de los morbosos chistes y comentarios que a falta de otras libertades circulaban por tabernas y solanas.
Este joven cura, que aún le hervían en su cabeza las incuestionables verdades inculcadas sin sacacorchos en años de seminario, seguramente soñaba con salvar al mundo, y de momento se conformaba con evitar que ninguno de sus parroquianos fuera condenado. Lo tomaba como responsabilidad suya, y estaba dispuesto a evitar a toda costa que nadie de su parroquia perdiera el juicio final.
Sin duda el caballo de Troya era el sexto mandamiento, y a desenmascarar este ardid del Diablo dedicaba la plusvalía de tiempo, que el manejo de un puñado de almas le deparaba.
Tenía a todo el pueblo metido en el doble bolso de su sotana, y nadie se escapaba de estar a su merced.
Aprovechando el calendario litúrgico, hacía frecuentes, reuniones, ya de mujeres, ya de hombres, tanto para poner flores a María, como para impartir profundas charlas sobre la moral de la entrepierna. Y no tenía prisa, Su preocupación era el diablo y no la era. En estos quehaceres siempre dedicaba más tiempo a las mozas que a los mozos.
En aquellas juveniles charlas nos descubría todo tipo de tretas que el malvado empleaba para llevarnos al huerto del pecado, y nos proporcionaba el modo de evitarlo. Entre los remedios
divinos estaba la oración y la confesión, entre los mundanos estaba el riesgo de padecer ceguera y debilidad, y cuando la tentación apretaba aconsejaba mojarse la cabeza con agua fría.
No osó este cura en mencionar lo que no estaba a nuestro alcance, como las piscinas o las duchas. Si disponíamos de abundante agua fría, Luego agua fría y palangana.
Como ves estaba yo muy ducho, en ardides y remedios. Por eso quedó en mi mente las piscinas, por ser la primera vez que supe que existían.
Para no dejar en suspenso lo de este joven párroco que aún es posible que viva. Se que fue a un pueblo con más empaque. que tuvo un quehacer con alguna moza, y que por ello muy acertadamente el SR Obispo lo desterró a un convento de monjas. No quieres té la taza llena.