Ha caído un mis manos un precioso libro titulado "Tole, catole, cuneta", de Javier Villán, un periodista y poeta palentino, de Torre de los Molinos. El libro trata de juegos tradicionales y al leerlo me he dado cuenta de que tienen muchísimo en común con aquellos a los que nosotros jugábamos antaño en Herrera así que, a pesar de que últimamente el foro está nutrido de noticias y temas, he pensado que os gustará conocer al menos algunos extractos de lo que este autor nos cuenta, no creo que a él le importe que le hagamos un poco de publicidad. Quizás no sea difícil encontrarlo en las librerías pero mientras, paso a describiros, por entregas, algunos de los juegos que él rememora en su precioso libro.
Para empezar he elegido el juego de la “Chana”, que aunque no era un juego propiamente de niños, quizá sea uno de los más practicados en otro tiempo en nuestro pueblo. Entrecomillo las palabras del autor.
“ La chana era un juego exclusivamente de los mayores. Y de domingo. A la chana jugaban los mozos, o los casados, la salida de misa. Tras el ite misa est que decía el cura, todos se trasladaban a las eras para el juego, pues éste requería terreno blando para que los cantos que se usaban como proyectiles no rebotaran o se cuarteasen. Habitualmente se hacía por equipos de tres jugadores y a 21 tantos. La chana requería pocos preparativos y atalajes; dos maderas como dianas y un morrillo, natural o desbastado en forma cilíndrica, adaptado a la mano de cada jugador y de peso proporcionado a sus fuerzas. En torno al kilo y medio calculo hoy, aunque entonces me parecían de tonelada. En la chana no mediaban apuestas, salvo el vino o alguna merienda de lechazo o conejos que pagaban, naturalmente, los derrotados. Era el juego rey y tenía muchos espectadores que se ponían lejos de la trayectoria del morrillo, pues el golpe de éste podía ser mortal. Y aplaudían. Y discutían sobre quien iba a derribar la chana más veces.”
“La chana, propiamente dicha, lo que daba nombre al juego era un trozo de madera de algo más de medio metro de alto, en forma de codo o ángulo ligeramente obtuso. La base tenía que estar muy igualada para mantenerse en equilibrio. Eran necesarias dos chanas, que se pinaban a una distancia, calculo yo, de unos veinticinco metros y acotaban el campo de tiro en sentido doble. La gracia consistía en derribar la chana con el morrilo lanzado desde donde estaba situada la otra. Para que el derribo fuera válido tenía que producirse sin que el morrilloo tocara el suelo, es decir, en vuelo rasante o de aterrizaje. Había golpes complicados o dudosos pues, a veces, el impacto se producía justo en el punto de intersección de la madera y el suelo. Los encargados de pinar las chanas derribadas eran, a la vez, árbitros y decidían si el golpe había sido bueno o malo; es decir, si había tocado primero la chana, aunque fuera por poco y muy ajustado, o había aterrizado antes en la yerba y derribado la madera de rebote. El sonido del golpe era inconfundible e incontestable; si sonaba amortiguado y como reblandecido es que había tocado yerba; si sonaba seco y duro, no había duda: madera al canto. Pese a todo había tantos muy controvertidos y de dudosa asignación.”
“Entre los jugadores los había chapuceros, aunque eficaces, y otros auténticos estilistas. Se colocaban en el sitio, calculaban la distancia y el impulso, se agachaban flexionando ligeramente las piernas y soltaban el morrillo con un movimiento de brazo, hacia atrás y hacia adelante, elegante y medido.”
Para empezar he elegido el juego de la “Chana”, que aunque no era un juego propiamente de niños, quizá sea uno de los más practicados en otro tiempo en nuestro pueblo. Entrecomillo las palabras del autor.
“ La chana era un juego exclusivamente de los mayores. Y de domingo. A la chana jugaban los mozos, o los casados, la salida de misa. Tras el ite misa est que decía el cura, todos se trasladaban a las eras para el juego, pues éste requería terreno blando para que los cantos que se usaban como proyectiles no rebotaran o se cuarteasen. Habitualmente se hacía por equipos de tres jugadores y a 21 tantos. La chana requería pocos preparativos y atalajes; dos maderas como dianas y un morrillo, natural o desbastado en forma cilíndrica, adaptado a la mano de cada jugador y de peso proporcionado a sus fuerzas. En torno al kilo y medio calculo hoy, aunque entonces me parecían de tonelada. En la chana no mediaban apuestas, salvo el vino o alguna merienda de lechazo o conejos que pagaban, naturalmente, los derrotados. Era el juego rey y tenía muchos espectadores que se ponían lejos de la trayectoria del morrillo, pues el golpe de éste podía ser mortal. Y aplaudían. Y discutían sobre quien iba a derribar la chana más veces.”
“La chana, propiamente dicha, lo que daba nombre al juego era un trozo de madera de algo más de medio metro de alto, en forma de codo o ángulo ligeramente obtuso. La base tenía que estar muy igualada para mantenerse en equilibrio. Eran necesarias dos chanas, que se pinaban a una distancia, calculo yo, de unos veinticinco metros y acotaban el campo de tiro en sentido doble. La gracia consistía en derribar la chana con el morrilo lanzado desde donde estaba situada la otra. Para que el derribo fuera válido tenía que producirse sin que el morrilloo tocara el suelo, es decir, en vuelo rasante o de aterrizaje. Había golpes complicados o dudosos pues, a veces, el impacto se producía justo en el punto de intersección de la madera y el suelo. Los encargados de pinar las chanas derribadas eran, a la vez, árbitros y decidían si el golpe había sido bueno o malo; es decir, si había tocado primero la chana, aunque fuera por poco y muy ajustado, o había aterrizado antes en la yerba y derribado la madera de rebote. El sonido del golpe era inconfundible e incontestable; si sonaba amortiguado y como reblandecido es que había tocado yerba; si sonaba seco y duro, no había duda: madera al canto. Pese a todo había tantos muy controvertidos y de dudosa asignación.”
“Entre los jugadores los había chapuceros, aunque eficaces, y otros auténticos estilistas. Se colocaban en el sitio, calculaban la distancia y el impulso, se agachaban flexionando ligeramente las piernas y soltaban el morrillo con un movimiento de brazo, hacia atrás y hacia adelante, elegante y medido.”
