Un amigo de mi padre estaba un día contándole las excelencias de las cerezas que daban los cerezos de su huerto. Después de tanta y tan buena propaganda, terminó invitando a mi padre a que se acercasen a probarlas. Cuando llegaron al huerto, le dejó elegir árbol y treparonaron cada uno a un cerezo. Comieron hasta saciarse, comprobando mi padre que realmente eran unas cerezas buenísimas. Al poco tiempo le volvió a repetir la invitación y de nuevo se fueron al huerto. Estando subidos en los cerezos, saboreando tan jugoso fruto, mi padre, preocupándose por su amigo, le preguntó que si aquellas invitaciónes que le hacía no le traería luego alguna bronca por parte de su padre. Y el amigo le contestó: ¿A mí qué me va a decir mi padre? Y estirando el brazo y señalando la huerta vecina, añadió: ¡Si mis cerezos son aquellos!
Aquel día a punto estuvieron de perder la amistad.
Aquel día a punto estuvieron de perder la amistad.