AGUILAR DE CAMPOO: ---UN ACIAGO 14 DE DICIEMBRE---...

---UN ACIAGO 14 DE DICIEMBRE---

Se cumplen veinticinco años de la muerte, en trágico accidente, del ciclista Alberto Fernández y su esposa, Inmaculada Sainz, acaecida en el municipio burgalés de Pardilla, un aciago 14 de diciembre de 1984, cuando regresaban a Santander, después de recoger en Madrid el trofeo 'Superprestigio' al mejor corredor español de la temporada.
Un cuarto de siglo ha transcurrido de tan doloroso acontecimiento y aunque ya el tiempo, la lluvia y el viento, hayan borrado aquel interminable 'ALBERTO, ALBERTO, ALBERTO', grabado en el suelo de las carreteras norteñas, el recuerdo de uno de los ciclistas mas valiosos y queridos del país sigue perenne como la hierba en la mente de los aficionados a este deporte.
«Voy de romántico por la vida y así me va...». Era una de las frases que escuchamos a Alberto en más de una ocasión, y es que, desde que llegara a sus dieciséis años a la casa de Nando Expósito, de Renedo de Piélagos, en busca de revistas de ciclismo y acaso de un hueco en su equipo juvenil, hasta su hora postrera, la vida de este hombre soñador y utópico estuvo cargada de actos de humanidad.
Por su casa santanderina de Castilla-Hermida, que fue siempre como un gran foro abierto a todos, desfilaron profesionales del ciclismo, para contrastar trabajos en común; aficionados, juveniles y cadetes, en busca del oportuno consejo que da la voz de la experiencia; chavalillos de los colegios, para hacerle la entrevista de rigor que los trabajos escolares imponían y a los que recibía con humildad casi franciscana. Y amigos, muchos amigos, que siempre encontramos en ese tándem ideal que eran Alberto y Macu, un clima grato, relajante y cordial.
En su casa, entre marcha y marcha, entre carrera y carrera, entre el sonar y sonar de una armónica que ya hace veinticinco años enmudeció para siempre, se fueron desgranando muchas ilusiones, proyectos y esperanzas, prematuramente frustradas.
Al fondo del salón, en un pequeño mural clavado en la pared, tenía un pensamiento de Richard Bach, que había sido siempre su lema: «Tu única obligación en cualquier momento vital de tu existencia, consiste en ser fiel a ti mismo».
Tuvo siempre una gran inquietud cultural y fue el primer ciclista que, de manera regular, se 'atrevió' a colaborar con los medios escritos. Así su reseña de cada día del Tour 1983, en el desaparecido diario 'Ya', al igual que su colaboración semanal en el también desaparecido 'El Ciclista', gozaron de gran aceptación por su gran nivel de conocimientos.
Este hombre, que siempre antepuso el SER al TENER, que hizo de la virtud una obligación y de la amistad un testamento, fue el estandarte y pancarta mas hermoso que tuvo el ciclismo español de principio de los años ochenta. Por eso, veinticinco años después, la mente vuela hacia Aguilar de Campoo, la noble tierra que le acogió, le asumió, le integró y le quiso siempre. Allí, en lo alto del cerro, en un cementerio que mira a un horizonte amplio como a él le gustaba, junto a Macu, su inseparable compañera de vida, unos versos de Blas de Otero, sirven de epitafio a una tumba en la que nunca faltan las flores y el cariño: «Tú y yo, cogidos de la muerte, subiendo vamos por las mismas flores». Cuenta