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ROSALES: Arraigaba y fortificaba Don Pelayo en las Asturias...

Fue tan brava aquella historia
que sólo pudo contarla
el bravo rumor del viento
de una leyenda dorada"

Arraigaba y fortificaba Don Pelayo en las Asturias después de la batalla de Covadonga y la fama de sus hazañas llegaba al rey Almanzor que estaba en León y conocía que las vanguardias del rey astur avanzaban hacia dicha ciudad, pues, "efectivamente, el caudillo cristiano y los suyos habían dejado las montañas cantábricas en La Magdalena y dejando allí la ribera del Luna se dirigían hacía la meseta".
También sabía Don Pelayo que el moro andaba cerca y vivaqueaba por León y sus contornos. Por eso hubo de disponer muy bien su estrategia de vigías y avanzadas, de puntos de ataque, de defensa y, en su caso, de retirada, que buenas y ocultas rutas de entrada por sorpresa o de salida por fuerza había en los montes y gargantas que quedaban, y quedan, por encima de Viñayo y Piedrasecha, de Cuevas y de Santiago de las Villas, rutas tan fascinantes y temerosas que todavía hoy alguna de ellas se llama de "Los Infiernos".
Don Pelayo tuvo revelaciones del Apóstol Santiago con el signo claro de su favor y no dejó de encomendarse a los de Santa María, "cuya imagen llevaba en el arzón de su alazán el Arzobispo Urbano", del séquito y Aula del Rey. Pero en la empresa que iba a acometer Pelayo hacía falta "un hombre valeroso y de gran ingenio" y allí surgió como una providencia el Capitán Colinas. Colinas pidió al príncipe 500 azadones, se los dio, "y en una noche labró trece pozos en la tierra que sirvieron de emboscada, por ser la tierra llana y sin montes. En cada hoyo se metieron cincuenta hombres, cuyo cabo de todos fue el Capitán Colinas, que hoy día se conservan dichos pozos con el nombre de dicho capitán, cosa justa que se conserve el nombre de tan valeroso caudillo".
Los ánimos se calientan, los ejércitos enemigos se olfatean y al fin se avistan, brillan las armas y Don Pelayo presiente que Sant Yago ya cabalga por los cielos de la Hoja cumpliendo lo que le había prometido de que él "así como la Virgen Santísima le ayudarían contra el moro". Mucha era sin duda la necesidad de tan altos auxilios que ya los heraldos le habían anunciado la inmensa superioridad del ejército muslín a cuyo paso la tierra temblaba. Tan grande era la desventaja que, según el cronista Govila, "para cada cristiano había cien moros". "Los ánimos de los combatientes estaban enardecidos. Ambos bandos sabían que aquella batalla iba a ser, más que importante, decisiva: para el moro, a fin de aniquilar al vencedor de Covadonga y llevar hasta el final el exterminio de la España cristiana; para Pelayo, abrir definitivamente las puertas del imperio, que no era sino la España una de Leovigildo, de Recaredo y de San Isidoro.
Y el combate comenzó, atizados los ánimos por el clamor de los timbales y las chirimías de los moros, los cuernos, clarines y tambores de los cristianos. Pero ¡ay! que aquí no le iban a valer de mucho a Don Pelayo sus ardides de guerrillero del risco, el precipio y el hondo valle transmontanos, porque aquí en la Hoja "el terreno era llano y abierto", donde las armas ofensivas exigirían un cruento combate cuerpo a cuerpo. ¿Y cómo iba a combatir un cristiano contra cien moros, ni aun siquiera contra cincuenta?... Y por otra parte, veamos, veamos cuál era el aparejo bélico del moro, según nuestro historiador lo detalla: "Los moros belicosos y vocingleros con ímpetu semisalvaje empleaban sus alfanjes, gumías y cimitarras, sus lanzas, picas y alabardas, sus flechas, venablos y saetas, sus aljabas y tragacetes, bien defendidos con escudos, adargas y broqueles". Los cristianos no andaban mancos, pero sin duda no con tan imponente armería como los moros. Lo que sí había en la tropa astur-leonesa era "encendida furia", ardor y fiera acometividad, esgrimiendo sus dagas, espadas, bocines y destrales, flechas, picas, lanzas y jabalinas, bombardas y hondas, brigolas y fustíbulos, defendiéndose con sus rodelas, petos y escudos".
Y ya todo tan dispuesto "comenzó la batalla" que fue crudamente reñida, con gran destrozo de una y otra parte, y con la peor parte para los cristianos, tanto que el Infante, perdidas las esperanzas, se retiró a la parte que hoy llaman "Maxada" o "Rentería", "donde fue reprendido del Apóstol Santiago por cómo Dios tenía dispuestas las cosas a su modo". Y Pelayo, más que avergonzado, arrepentido, se revolvió, se rehizo y sin tregua ni descanso ordenó de nuevo el combate, y más cuando comprobó que el moro, creyendo asegurada su victoria, avanzaba hacia el gran valle de Poniente. Y allí, precisamente allí, fue donde, saliendo de sus pozos los hombres de Colinas, más las tropas al mando del Infante Don Alfonso, cayeron como una tromba sobre los moros que estaban relajados y confiados en la amenidad del valle, y con gran cantidad de piedras, maderos y otros objetos de pega y rompe que de lo alto del monte arrojaron "acabaron con los moros miserablemente sin que dejasen hombre con vida"...
Cuando llegaron a Almanzor las amargas nuevas de su desgracia dicen que exclamó: " ¡Mala muerte! ¡Mala muerte!", de donde "tienen por tradición muy cierta los naturales de aquella tierra que le ha quedado a aquel monte con este nombre que de presente corrompido se llama Valamuerte". Y la data precisa: "Ganóse esta memorable batalla el año del Señor de 722". Exactamente, el 8 de septiembre de dicho año. Tal fue la importancia de la batalla de Camposagrado que los leoneses podemos calificar con toda razón a aquel lugar como la Covadonga Leonesa".
La ceremonia conmemorativa del triunfo alcanzado por los cristianos fue solemnísima, desarrollada en el mismo campo de la Hoja, allí donde poco después se alzaría el santuario de la honda y popular devoción mariana, que precisamente celebra su gran fiesta el 8 de septiembre. Así los nombres de Covadonga y de Camposagrado se dan cita en una misma celebración, en un mismo día, cada año, en conmemoración de una muy similar empresa de reconquista, con más o menos ingredientes épico-legendarios.
"Colocados todos, en medio de un impresionante silencio, las tropas en semicírculo, al frente los heridos y enfermos, en el centro el Caudillo con sus gardingos, magnates y prelados, teniendo a su derecha al Arzobispo Urbano y a su izquierda al Infante Don Alfonso, Don Pelayo mandó acercarse al Capitán Colinas y poniendo junto a sus labios la cruz que formaba la hoja con la empuñadura de su espada se la dio a besar, lo cual hizo Colinas con toda reverencia, puesto de hinojos. En voz tan alta que todos oyeron, dijo el Rey: Tu sine nobis eos vicisti ex hoc cognomem accepisti... Esta regia frase con el tiempo romanceada forma la divisa del escudo heráldico de los Fernández de Colinas, descendientes del famoso capitán". Tu sin nos los has vencido y este será tu apellido, "texto que contraído se quedó en Tusinos".
¿Y porque el nombre de Camposagrado?: "Unos dicen que no les dieron sepultura —a los muchos cristianos muertos— por no los poder dividir entre los moros". Lo cierto es que entonces se bendijo más de una legua en contorno de lo que hoy es nuestra Santa Casa para enterrar los muertos o para que, al menos, quedasen en sagrado". De aquí el nombre de Camposagrado, sagrado, pues, y no sangrado, aunque también lo fue y mucho.
Leyenda o no, actualmente los pozos del Capitan Colinas se pueden apreciar, aunque muy cubiertos de maleza, a la izquierda de la carretera hacia el kilometro 23, cerca del "Cilleron". Por otro lado en algunas de las lápidas del Santuario de Camposagrado podemos encontrarnos el mote de "Tusinos".