Volvió a sentarse en aquel solitario banco
la joven mujer de los ojos tristes
como tantas veces venía haciéndolo
desde que la soledad decidió acompañarla
tenía una casa pero jamás tuvo un hogar
ni desde el primer día de aquel otoño
en el que mirando aquellos ojos le dijo: “Sí quiero”
la felicidad eligió acomodarse a su lado.
Un día desprecios y después voces
otro día voces y después insultos
un tercer día insultos y después golpes
el cuarto día golpes y después golpes
y más desprecios
y más golpes
y más voces
y más golpes
y más insultos
y más golpes
y más…
y…
Volvió a sentarse en aquel solitario banco
la joven mujer de los ojos tristes
viendo sobre su cabeza las nubes pasar
cuántas imágenes y recuerdos sobrevuelan
un presente sin futuro alguno
estratos y cúmulos blancos y grises y negros
jalonan un supuesto azul celeste ahora oculto
“quizá mañana cuando amanezca me atreva…”.
Un día reproches y después mentiras
otro día mentiras y después ofensas
un tercer día ofensas y después golpes
el cuarto día golpes y después golpes
y más reproches
y más golpes
y más mentiras
y más golpes
y más ofensas
y más golpes
y más…
y…
Volvió a sentarse en aquel solitario banco
la joven mujer de los ojos tristes
una maleta de cuero marrón a sus pies
bajo un brillante cielo iluminado de azules
saludando una nueva mañana de invierno
se sube el cuello de su abrigo de color verde
que tantas veces ocultó indeseables marcas
ahora solo le resguarda del frío que libre amanece.
Un día piensa y después decide
otro día decide y después actúa
un tercer día actúa y comienza un nuevo camino
no más desprecios
no más voces
no más insultos
no más golpes
no más reproches
no más mentiras
no más ofensas
no más golpes
no más…
no…
Vació quedó por siempre el solitario banco
en el que alguna vez llegó a sentarse
una joven mujer con los ojos tristes.
José Manuel Contreras
la joven mujer de los ojos tristes
como tantas veces venía haciéndolo
desde que la soledad decidió acompañarla
tenía una casa pero jamás tuvo un hogar
ni desde el primer día de aquel otoño
en el que mirando aquellos ojos le dijo: “Sí quiero”
la felicidad eligió acomodarse a su lado.
Un día desprecios y después voces
otro día voces y después insultos
un tercer día insultos y después golpes
el cuarto día golpes y después golpes
y más desprecios
y más golpes
y más voces
y más golpes
y más insultos
y más golpes
y más…
y…
Volvió a sentarse en aquel solitario banco
la joven mujer de los ojos tristes
viendo sobre su cabeza las nubes pasar
cuántas imágenes y recuerdos sobrevuelan
un presente sin futuro alguno
estratos y cúmulos blancos y grises y negros
jalonan un supuesto azul celeste ahora oculto
“quizá mañana cuando amanezca me atreva…”.
Un día reproches y después mentiras
otro día mentiras y después ofensas
un tercer día ofensas y después golpes
el cuarto día golpes y después golpes
y más reproches
y más golpes
y más mentiras
y más golpes
y más ofensas
y más golpes
y más…
y…
Volvió a sentarse en aquel solitario banco
la joven mujer de los ojos tristes
una maleta de cuero marrón a sus pies
bajo un brillante cielo iluminado de azules
saludando una nueva mañana de invierno
se sube el cuello de su abrigo de color verde
que tantas veces ocultó indeseables marcas
ahora solo le resguarda del frío que libre amanece.
Un día piensa y después decide
otro día decide y después actúa
un tercer día actúa y comienza un nuevo camino
no más desprecios
no más voces
no más insultos
no más golpes
no más reproches
no más mentiras
no más ofensas
no más golpes
no más…
no…
Vació quedó por siempre el solitario banco
en el que alguna vez llegó a sentarse
una joven mujer con los ojos tristes.
José Manuel Contreras