En "Cartas a los hombres" nos cuenta Jesús Urteaga la historia de un niño con su cuerpo deforme.
La mal entendida compasión de los padres y sus excesivos mimos acabaron haciendo que también su alma fuese deforme: convirtieron al pequeño en un auténtico tirano, incapaz de pensar más que en sí mismo.
Un día el chico decidió que lo llevasen a Lourdes. Los padres, incapaces de negarle nada, aceden, a pesar del esfuerzo económico que les supone.
Pasa el Santísimo por entre los enfermos.
El sacerdote se detiene con la Custodia frente al niño: Dios bendice al pequeño.
Los ojos de la madre se han cerrado en oración.
Los ojos del hijo se han abierto.
La madre se inclina sobre su pequeño, le besa y le dice al oído:
• Hijo, ¿has pedido a Jesús que te curase?.
Y el pequeño, con una alegría desconocida en él, responde: No, mamá. Mira a ese niño, ¡qué cabezón tiene!
Le he pedido que le cure a él, que lo necesita más que yo.
La madre, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a la camilla dando gracias a la Virgen por el milagro.
La mal entendida compasión de los padres y sus excesivos mimos acabaron haciendo que también su alma fuese deforme: convirtieron al pequeño en un auténtico tirano, incapaz de pensar más que en sí mismo.
Un día el chico decidió que lo llevasen a Lourdes. Los padres, incapaces de negarle nada, aceden, a pesar del esfuerzo económico que les supone.
Pasa el Santísimo por entre los enfermos.
El sacerdote se detiene con la Custodia frente al niño: Dios bendice al pequeño.
Los ojos de la madre se han cerrado en oración.
Los ojos del hijo se han abierto.
La madre se inclina sobre su pequeño, le besa y le dice al oído:
• Hijo, ¿has pedido a Jesús que te curase?.
Y el pequeño, con una alegría desconocida en él, responde: No, mamá. Mira a ese niño, ¡qué cabezón tiene!
Le he pedido que le cure a él, que lo necesita más que yo.
La madre, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a la camilla dando gracias a la Virgen por el milagro.