POEMA A SAN ISIDRO LABRADOR, PATRÓN DE MADRID
Sobre las duras planicies solitarias
el triste azadón mira hacia el cielo,
reza lágrimas de carne
que caen
sobre el barro con silencio.
Uno quisiera que los bueyes lloraran,
que la arena acalorada,
hinchase sus venas ancestrales
y sangrara como un río olvidado.
Quisiéramos ver morir a los árboles,
contagiarles este dolor,
hasta retorcer su cuello consanguíneo.
Sí, ver morir, de oscuridad, al mismo cielo
que en la mañana vimos sonreír lozano.
El mismo cielo que ahora, destrozado,
arruga su mueca infinita, se agrava
para convertirse en nada.
Porque, después de trabajada,
la tierra nos volverá a reclamar,
y tendremos que admitir su silencio.
Tendremos que llorar definitivamente; solos,
sin letras de tibio fuego, sin siquiera tristeza,
sin nosotros mismos.
Sólo ese seco llanto enterrado, labrado,
en la fría oración de los esclavos.
Kepa Ríos Alday
Sobre las duras planicies solitarias
el triste azadón mira hacia el cielo,
reza lágrimas de carne
que caen
sobre el barro con silencio.
Uno quisiera que los bueyes lloraran,
que la arena acalorada,
hinchase sus venas ancestrales
y sangrara como un río olvidado.
Quisiéramos ver morir a los árboles,
contagiarles este dolor,
hasta retorcer su cuello consanguíneo.
Sí, ver morir, de oscuridad, al mismo cielo
que en la mañana vimos sonreír lozano.
El mismo cielo que ahora, destrozado,
arruga su mueca infinita, se agrava
para convertirse en nada.
Porque, después de trabajada,
la tierra nos volverá a reclamar,
y tendremos que admitir su silencio.
Tendremos que llorar definitivamente; solos,
sin letras de tibio fuego, sin siquiera tristeza,
sin nosotros mismos.
Sólo ese seco llanto enterrado, labrado,
en la fría oración de los esclavos.
Kepa Ríos Alday