Es luz de tarde, que me recuerda aquellas en las que la única calle era un hervor de conversaciones alteradas y de cantarinas fichas de dominó en el café de Ciro. De olor a humo farias en el local y a café cortado o con leche, todos a la espera de que llegara el Correo, que era la señal para que se acabara lo que se daba.
Yo hacía este camino hasta la acogedora casa de Ciro, ahora ausente como nunca, y me deleitaba con la vida tranquila que se vivía en Puente, pese a esos gritos de los que hablo, fruto del nerviosismo que proporcionaba una mala mano de cartas.
Él café de Ciro democratizó la vida del ñpueblo, y allí, con las lógicas diferencias económicas, alternaban gentes de toda ralea, contentas de sentirse amigas.
¿Es que nadie va a escribir un día la apasionante historia de Puente Almuhey?
Yo hacía este camino hasta la acogedora casa de Ciro, ahora ausente como nunca, y me deleitaba con la vida tranquila que se vivía en Puente, pese a esos gritos de los que hablo, fruto del nerviosismo que proporcionaba una mala mano de cartas.
Él café de Ciro democratizó la vida del ñpueblo, y allí, con las lógicas diferencias económicas, alternaban gentes de toda ralea, contentas de sentirse amigas.
¿Es que nadie va a escribir un día la apasionante historia de Puente Almuhey?