Artículo de La Crónica de León:
Correcillas, el pueblo filandón
Las vecinas de este pueblo casi deshabitado ‘’echan la tarde’’ charlando en el portal de la iglesia
F. Fernández / Correcillas
Esta misma semana las Cortes de Castilla y León han vuelto a respaldar la propuesta de que ‘el filandón leonés’sea declarado Bien de Interés Cultural, así como antes fue propuesto como Patrimonio de la Cultura Inmaterial de la Humanidad.
Se recuerda una vez más en que el filandón (que recibe diferentes nombres según las comarcas: hila, hilorio, filandero, calecho, serano...) es ‘‘ una reunión espontánea, normalmente nocturna e invernal, en casa de uno de los vecinos del pueblo: las mujeres para hilar (de ahí su nombre) y los hombres para ejecutar pequeños trabajos, en el transcurso de las cuales se contaban historias, cuentos, adivinanzas, anécdotas, romances... cumpliendo una importante labor de socialización y de trasvase generacional de la cultura de padres a hijos. Además de historias y relatos, el filandón también solía derivar en baile abierto’’.
Se da por sentado, al pedir estas figuras de protección, que es una práctica en vías de extinción o desaparecida. Se da por supuesto que en las noches de invierno los vecinos ya no se reúnen en las cocinas para hablar, para contarse cosas, y así van naciendo con el nombre de filandón otras historias que poco tienen que ver con esta tradición: reuniones en las que se cuentan cuentos escritos para ellas, otras con guiones preparados... Parece que el filandón era otra cosa, era algo espontáneo, popular, un culto a la palabra y la conversación en el que, por supuesto, tenían gran protagonismo aquellos excelentes contadores de historias que en todos nuestros pueblos existían, gentes con capacidad para narrar y un vocabulario exquisito y popular a la vez, extenso y variado, en el que llamaban a cada cosa por su nombre.
¿Ha desaparecido aquel viejo filandón? No lo parece. Basta con subir cualquier tarde hasta el pueblo de Correcillas y acercarse al portal de la iglesia para comprobar que no. Allí están varias mujeres de este pueblo de apenas diez habitantes con la única finalidad de echar la tarde, de hablar, de contar historias que tal vez ya se han contado mil veces pero cada vez la conversación toma caminos nuevos.
Allí van llegando Fifi,....,...., todas ellas han subido las empinadas calles del pueblo con sus cachas y bastones. De repente aparece Císima, la más anciana, con sus 99 años cumplidos y que, curiosamente, es la única que asciende sin cacha ni bastón.
- ¿Cómo no traes algo de palo o una cacha Císima?
- Porque no me hace falta, ¿para que la quiero?, ¿para caer y clavármela en el ojo?
- Una cacha siempre es una pierna más.
- A mí con dos piernas me sobran, ¿qué quieres que me duelan tres rodillas? A mí déjame que no me hace falta cacha ni cacho.
Ya han empezado la conversación y aquello no para. Da igual que lleguen ‘forasteros’, ellas siguen a lo suyo: ‘‘Mejor que venga gente que nosotras ya nos tenemos muy vistas’’. Y todas ellas repiten a lo largo de la conversación un refrán que debe venirles como anillo al dedo: ‘‘Dios ama la compañía’’.
Dado que están a la puerta de la iglesia reparan en que los alrededores de ésta están segados y el cementerio. ‘‘ ¿Quién lo habrá segado?’’.
- Yo se lo dije a Pablo, pero si está segado el cementerio no fue él porque ya me dijo, al cementerio no me mande que allí no puedo. Sólo hace cinco meses de lo de su hermano; les explica Císima, a la que se le tuerce el gesto cuando recuerda que después de una vida tremenda de lucha y sufrimiento tuvo que enterrar a un hijo: ‘‘Para qué no me llevaría Dios a mí, que ya lo tengo todo hecho’’.
Con gran habilidad el resto de las tertulianas apartan a Císima de sus pensamientos. ‘‘ ¿Y este año qué cura nos vendrá? El del año pasado, que venía en la moto, ya no está, dicen que si no sé qué’’.
- Dicen tantas cosas, tu de lo que digan no te fíes.
- Y de lo que callen, peor.
Un saludo.
Correcillas, el pueblo filandón
Las vecinas de este pueblo casi deshabitado ‘’echan la tarde’’ charlando en el portal de la iglesia
F. Fernández / Correcillas
Esta misma semana las Cortes de Castilla y León han vuelto a respaldar la propuesta de que ‘el filandón leonés’sea declarado Bien de Interés Cultural, así como antes fue propuesto como Patrimonio de la Cultura Inmaterial de la Humanidad.
Se recuerda una vez más en que el filandón (que recibe diferentes nombres según las comarcas: hila, hilorio, filandero, calecho, serano...) es ‘‘ una reunión espontánea, normalmente nocturna e invernal, en casa de uno de los vecinos del pueblo: las mujeres para hilar (de ahí su nombre) y los hombres para ejecutar pequeños trabajos, en el transcurso de las cuales se contaban historias, cuentos, adivinanzas, anécdotas, romances... cumpliendo una importante labor de socialización y de trasvase generacional de la cultura de padres a hijos. Además de historias y relatos, el filandón también solía derivar en baile abierto’’.
Se da por sentado, al pedir estas figuras de protección, que es una práctica en vías de extinción o desaparecida. Se da por supuesto que en las noches de invierno los vecinos ya no se reúnen en las cocinas para hablar, para contarse cosas, y así van naciendo con el nombre de filandón otras historias que poco tienen que ver con esta tradición: reuniones en las que se cuentan cuentos escritos para ellas, otras con guiones preparados... Parece que el filandón era otra cosa, era algo espontáneo, popular, un culto a la palabra y la conversación en el que, por supuesto, tenían gran protagonismo aquellos excelentes contadores de historias que en todos nuestros pueblos existían, gentes con capacidad para narrar y un vocabulario exquisito y popular a la vez, extenso y variado, en el que llamaban a cada cosa por su nombre.
¿Ha desaparecido aquel viejo filandón? No lo parece. Basta con subir cualquier tarde hasta el pueblo de Correcillas y acercarse al portal de la iglesia para comprobar que no. Allí están varias mujeres de este pueblo de apenas diez habitantes con la única finalidad de echar la tarde, de hablar, de contar historias que tal vez ya se han contado mil veces pero cada vez la conversación toma caminos nuevos.
Allí van llegando Fifi,....,...., todas ellas han subido las empinadas calles del pueblo con sus cachas y bastones. De repente aparece Císima, la más anciana, con sus 99 años cumplidos y que, curiosamente, es la única que asciende sin cacha ni bastón.
- ¿Cómo no traes algo de palo o una cacha Císima?
- Porque no me hace falta, ¿para que la quiero?, ¿para caer y clavármela en el ojo?
- Una cacha siempre es una pierna más.
- A mí con dos piernas me sobran, ¿qué quieres que me duelan tres rodillas? A mí déjame que no me hace falta cacha ni cacho.
Ya han empezado la conversación y aquello no para. Da igual que lleguen ‘forasteros’, ellas siguen a lo suyo: ‘‘Mejor que venga gente que nosotras ya nos tenemos muy vistas’’. Y todas ellas repiten a lo largo de la conversación un refrán que debe venirles como anillo al dedo: ‘‘Dios ama la compañía’’.
Dado que están a la puerta de la iglesia reparan en que los alrededores de ésta están segados y el cementerio. ‘‘ ¿Quién lo habrá segado?’’.
- Yo se lo dije a Pablo, pero si está segado el cementerio no fue él porque ya me dijo, al cementerio no me mande que allí no puedo. Sólo hace cinco meses de lo de su hermano; les explica Císima, a la que se le tuerce el gesto cuando recuerda que después de una vida tremenda de lucha y sufrimiento tuvo que enterrar a un hijo: ‘‘Para qué no me llevaría Dios a mí, que ya lo tengo todo hecho’’.
Con gran habilidad el resto de las tertulianas apartan a Císima de sus pensamientos. ‘‘ ¿Y este año qué cura nos vendrá? El del año pasado, que venía en la moto, ya no está, dicen que si no sé qué’’.
- Dicen tantas cosas, tu de lo que digan no te fíes.
- Y de lo que callen, peor.
Un saludo.