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MANZANEDA DE OMAÑA: Salimos la abuela y yo y fuimos recogiendo las ovejas...

Salimos la abuela y yo y fuimos recogiendo las ovejas del pueblo. Al llegar al puente cruzamos el río para llevarlas a la Fontanina. La abuela me acompañaba pues había un trozo de camino en que, a un lado y a otro, había muchos prados y huertos y doscientas ovejas eran demasiadas para que una sola persona fuera capaz de evitar que se colaran en las fincas. Tan pronto como llegamos a la campera de la Fontanina, las ovejas se pusieron a comer parsimoniosamente y la abuela me acompañó durante un rato trabajando en la costura que había traído, mientras yo me zambullía en la lectura de aquellas disparatadas aventuras.

Al rato, la abuela se fue y me quedé solo con el rebaño que seguía avanzando poco a poco, subiendo por la campera y acercándose a la franja de monte de roble bajo el que solían adentrarse cuando apretaba el sol y así poder sestear a la sombra de los roblecillos. Cuando las tripas me pusieron de manifiesto que era la hora de comer, saqué de la fardela el bocadillo de tortilla francesa y me lo comí sin dejar de leer.

Y así seguí durante toda la tarde, oyendo por el rabillo de la oreja el ruido que hacían las ovejas por entre las matas de roble y el sonido de sus esquilas. Todo estaba tranquilo y yo seguía devorando hojas del libro.

A la hora de volver al pueblo, cerré el libro de mala gana y me subí al monte para arrear las ovejas. A la vuelta, iban tan ahítas de comida que ya no era problema pasar al lado de los huertos. Al pasar el puente ya había gente esperándonos para apartar sus ovejas. Llegué a casa de los abuelos y me adelanté a nuestras ovejas para ponerme en la puerta de la corte y contarlas. Aquel día, como otros muchos, faltaba una. Se lo dije a la abuela y me fui a recorrer el pueblo en busca de la oveja que tuviera un corte en forma de V en la oreja derecha, la señal que el abuelo les hacía.

Aquel día, había mas gente que de costumbre buscando ovejas en corral ajeno. Cuando llegué a casa de Isaac preguntando por las ovejas, me dijeron

- Nos falta una oveja y hay dos que están ajagadas (mordidas). ¿No notaste nada raro en el monte? Ha tenido que ser más de un lobo.

- No, no noté nada. Estuvo todo muy tranquilo. Dejarme ver esas ovejas – contesté, mientras me dirigía a su corte de las ovejas y notaba como se me resecaba la saliva y se me erizaba el vello de la espalda.

Las ovejas estaban asustadas y tenían dos manchas rojas a cada lado del cuello. Tenía pinta de que se habían escapado de milagro. Me fui de allí pensando en cuando podía haber sucedido el ataque del lobo, si todo había estado muy tranquilo. Cuando salí a la carretera, seguía el trajín de gente buscando ovejas y oí que el cartero y el Asturiano hablaban de ovejas ajagadas y me miraban atravesado como pidiendo explicaciones.

Terminé de recorrer el pueblo buscando la oveja y ya era un clamor que me había salido el lobo y que faltaban unas cuantas ovejas. Bajé hacia la casa de los abuelos sin la oveja que faltaba y bastante acobardado, pues todos me señalaban como el culpable del desastre. Era el mayor lío en que me había metido en mi vida. Llegué a casa y se lo conté llorando a los abuelos. El abuelo me dijo

- Si hubieras llevado al Pol, te habrías enterado de que andaba por allí el lobo.

- Pero, abuelito, – le contesté intentando justificarme – el Pol es un perro de caza. No sirve para los lobos.

- Y aunque te hubieras enterado, no habrías podido hacer nada. No te preocupes. Todo sea por Dios y nada más. – dijo la abuela, saliendo en mi defensa y cerrando la discusión con su frase preferida para la aceptación de las desgracias inevitables.

Cuando estábamos cenando, vino el primo Julio y nos dijo que se estaba preparando una batida por el monte para ver si encontraban a los lobos. Que si íbamos a ir alguno de la casa. Los abuelos estaban muy mayores y no se atrevían a ir al monte de noche por lo que le dijeron que no iban.

- Yo voy a ir – dije, decidido a reparar en lo posible el desastre que había protagonizado sin saberlo.

Los abuelos se miraron dudando y, al final me dejaron ir a cargo de Julio.

Era de noche y ya había unos cuantos vecinos al lado de casa Selima, algunos de los cuales llevaban sus escopetas con los cañones desencajados de la culata para evitar accidentes. Cruzamos el puente y nos dividimos en tres grupos para cubrir todo el monte. Yo fui detrás de Julio hacia Valdegrisa, otro fue hacia Valdepila y el tercero, más numeroso, se dirigió a la Fontanina donde había estado yo con las ovejas. Eran los encargados de buscar las ovejas muertas que pudieran quedar.

Empezamos a subir por la rodera detrás de Floro que iba en cabeza con la escopeta ya amartillada. Yo iba pensado que si yo hubiera sido el lobo mata-ovejas, estaría más allá del Cueto Rosales donde nadie me pudiera pegar un tiro. Anduvimos más de una hora sin ver señales de nada y la gente empezaba a cansarse de la excursión. Al final, Floro pegó dos tiros al aire mientras decía

- ¡Hijos de puta ¡, a ver si os vais bien lejos.

Los otros grupos nos contestaron con sendos tiros, que era la señal establecida para dar por finalizada la expedición de castigo. Nos dimos media vuelta y volvimos al pueblo. Ninguno de los otros dos grupos había encontrado a los lobos y el de la Fontanina traía trece ovejas muertas que fueron cargadas por cada dueño. Dijeron que habían dejado otras dos casi comidas.