Esa lección se llevará Holanda de primera mano. Su traición a los antepasados fue clamorosa y merecía un castigo ejemplar, aunque llegara tan tarde. Incapaz de plantar cara con el fútbol abierto, Holanda se empeñó en una tarea de acoso y derribo impropia de una camiseta como la suya. Sólo la permisividad del árbitro hizo posible que terminara el tiempo reglamentario con los once jugadores sobre el campo. La expulsión de Heitinga, ya en la prórroga, fue la consecuencia natural de un planteamiento que tuvo como prioridad maniatar a España antes que fomentar las fortalezas del juego holandés.