GARUEÑA: Fulgencio Fernández / El Castillo...

Fulgencio Fernández / El Castillo
Era un pescador normal, creo que era mejor cazador, pero disfrutaba mucho en el río, se le notaba, me llamaba la atención que mientras pescaba siempre iba tarareando canciones, disfrutando, algunas de ellas me sonaban”.
- ¿Qué cantas Miguel (Delibes)?
- Canciones castellanas, Paulino, de las de siempre.
En las crónicas de la muerte y el entierro de Miguel Delibes se suceden las negritas con los nombres de ilustres personajes de la vida social, cultural y política; de presidentes de Gobierno a presidentes de la Academia, de premios Cervantes a ilustres actores y actrices; pero Delibes retrató como nadie el mundo rural, de Azarías a Cayo, y éso sólo se puede hacer como él lo hizo sabiendo de qué escribe. Ayer, en muchos pueblos de toda Castilla y de la provincia de León, había paisanos que miraban para la televisión y hablaban de cuando estuvieron con él cazando o pescando, paseando o hablando.
Cuando llegamos al bar de Vegarienza, donde estaba Paulino sentado fumando un cigarro, como siempre, el dueño del mismo, José Antonio, nos dijo: “ ¿Veis ese que murió en Valladolid, Delibes?, pues ha escrito de Paulino”. El citado sonríe orgulloso y le aclara: “Pues de éso vienen a hablar”.
Y es que Paulino Gutiérrez, el guarda del coto de El Castillo en Omaña, es un personaje en el mundo de la pesca, tal vez uno de los más conocidos, pero ostenta también otro incuestionable privilegio, es el único al que el fallecido Miguel Delibes le dedica un artículo en su recordado libro ‘Mis amigas las truchas’, el que lleva por título ‘Paulino, el de Omaña’. En el resto de los artículos cita a leoneses que habían compartido con él jornadas de pesca, parajes en los que estuvo, lugares donde comió (como la Venta de Remellán), pero sólo Paulino protagoniza un capítulo. El guarda se acuerda bien del fallecido escritor, “después de aquella vez, de la que habla en el artículo, volvió varias veces más, quería aprender y le gustaba discutir de las cosas que yo le decía, aunque tenía que acabar dándome la razón, como cuando le dije que si la sapina entra en el agua se acobardan las truchas y se esconden y él se reía y preguntaba: ‘ ¿Que los sapos copulando acobardan a las truchas?, pero Paulino’. Varios años después estaba pescando en el Rudrón y no veía ni una trucha cuando reparó en que estaban los sapos desovando. Entonces lo escribió: ¡ya me lo había dicho Paulino! y no le quería creer”.
Este guarda durante 35 años, que fue antes pescador, sigue siendo como lo describía Miguel Delibes: “Con sus patillas de hacha y su bigote bien poblado, con su sonrisa blanca y su elocución expansiva, se encuentra uno a Paulino tomándose unas tapas en el bar de Sandalio”.
Ya no está el bar de Sandalio (es otro), pero sí está el de su amigo José Antonio o el Maxi, en Vegarienza, y allí está él jugando la partida si hay gente y si no pues encuentras a un tipo hablador, buen tertuliano, tomando un vino. “Tuve un cáncer pero salí adelante, por suerte lo puedo contar y sigo fumando y tomándome mi vinín. A pescar voy poco porque me desespero, han acabado con la pesca. Aquí la enfermedad no hizo mucha escabechina, pero la contaminación, los furtivos y qué se yo...”.
- Qué sé yo no —tercia el dueño del bar—, el sistema que tienen los guardas de ahora, con el coche por la carretera no se vigilan las truchas, que no tienen patas, cuando estaba Paulino andaba por el río por la noche que temblaban los furtivos, pero ahora la vida es mucho más cómoda.
- Son muchas cosas, la verdad es que yo veía cómo desovaban 50.000 truchas en estos 10 kilómetros y ahora..., dice el viejo guarda, que ya lleva 14 años jubilado después de 35 años de servicio.
Del afán que Paulino ponía en perseguir a los furtivos también daba fe el autor de ‘El Camino’ cuando escribía lo que el guarda le contó: “Aquí, junto a este árbol, agarré una madrugada a uno que andaba con la tiradera. Desde la carretera sentí dos golpes, paf, paf, y me dije: ‘Hoste Paulino, ya anda ahí ese desgraciado’. Y bajé, sabe, pero bajé como los garduños, que para andar por el monte Paulino no necesita luz. Y orilla ese tocónle aguardé”.
Es que son muchos años de guarda y muchos más de pescador pues este leonés —nacido en Getino donde su padre regentaba la Venta de la Herrera y era un consumado pescador— pasó la vida en entre el Torío y el Omaña. “Me acuerdo de que cuando tenía seis o siete años mi padre me ponía una moruca en un anzuelo, con un palo haciendo de caña y me mandaba para el río. Y ya pescaba, bueno entonces había mucha trucha”.
Una biografía que también le contó a Miguel Delibes, de ahí que el fallecido escritor vallisoletano cerrara su artículo sobre Paulino con estas palabras: “Decididamente, para saber de esto hay que nacer junto al río”.