FOLLOSO: Hola Ana y B. M.,...

La Naturaleza, algunas veces, cuando las condiciones necesarias se concentran, se desata y no destruye, sino que se lleva por delante aquello que el hombre ha puesto a su alcance, precisamente para dominarla. Una de esas construcciones que los omañeses habían hecho para dominarla, era un puente sobre el Omaña. El puente comunicaba La Puebla con la carretera de León a Caboalles y el núcleo urbano de El Castillo (barrio de Santibáñez de Arienza). El piso del puente se asentaba sobre un entramado de vigas sobre unas pilastras plantadas en las peñas del lecho del río. Sobre el entramado de vigas longitudinales se ensamblaban otras más delgadas y perpendiculares a las que se miraban en el ahora, risueño río. En superposición se colocaban las tablas y ramas que aguantarían los tapines y carretadas de tierra que formarían el piso que bien pisado permitiría cruzar el río con carros y caballerías. Siempre era un momento de cosquillas en la barriga la hora de cruzar por el puente. No era muy ancho, la altura sobre el agua considerable y a derecha y a izquierda carecía de ningún tipo de barandal. Cuando yo bajaba al Castillo a caballo tenía la orden de cruzar con el caballo del ramal, no fuese que una trucha saltarina espantase al animal y volase puente abajo. Obediente, cruzaba con cierta preocupación y casi no acertaba a leer la tablilla que anunciaba la zona de coto de pesca. Auque rústico, el puente nos servía a la gente de la Lomba para acercarnos a la carretera y a las tiendas de ultramarinos de Sandalio y Joselín.

Pero la Naturaleza conjugaba de vez en cuando el verbo concentrar y las nubes se concentraban en el Puerto de la Magdalena y en Valle Chico y en el Valle Gordo y en el Valle Grande y empezaban a correr todo los arroyos, y a los riachuelos se les despertaban sus ansias de grandeza y querían tener espolones y competir con el gallo Grande y éste para consevar su estatus y dominio se le inflaban las narices y recogía todas las aguas, las ferrosas, las auríferas, las sulfurosas, las revueltas, las terrosas, todas, todas metidas en su madre. Algunos praos quedaban anegados, alguna pared fue arrancada de cuajo, los alisos de sus orillas quedaron doblados y marcados para que los paisanos pudieran decir: hasta aquí llegó la riada. Y el río grande, de tranquilidad veraniega, a su paso por el puente del Castillo, no cupo entre las pilastras y las vigas y se llevó el andamiaje y La Puebla y la Lomba se quedaban sin acceso a la otra orilla. Las aguas bajaron y se llamó a hacendera. Los vecinos de Santibáñez de Arienza y los de Folloo y Rosales fueron restañando las averías de la riada. Yo acompañé a mi padre que le tocó en suerte llevar el carro con la pareja. Otros habían cortado con las azadas los tapines en Praoredondo. Allí los cargábamos en el carro y bajando por los Calvones entrábamos en la llanura de la Puebla y llegábamos al puente y descargábamos los tapines y otros los colocaban para tejer el nuevo suelo del puente.

Y en una de esas descargas de tapines me planteó mi padre el acertijo.
- Tu abuela, mi madre, era de Santibáñez de Arienza y su padre, mi abuelo, tu bisabuelo, se llamaba Isidro Mallo - me decía mi padre mientras íbamos montados en la parte trasera de carro, sentados, con las piernas colgando. Tu bisabuelo, que era un hombre muy fuerte, era el único que sacaba el Santo Cristo de piedra en procesión, venía al molino a moler el pan. Un día se encontró con una tablilla que anunciaba que el puente solo aguantaba 150Kg de peso. Él traía un saco de centeno de 80kg., el burro, y él que pesaba 100Kg. Las tres cosas no podían pasar juntas.

¿Y qué hizo, el abuelo?, pregunté yo muy intrigado, que ya me imaginaba al abuelo, el saco y el burro nadando hacia Guisatecha.

- Mi abuelo pensó lo siguiente: descargo el saco, ato el burro a la herradura de Casa Sandalio, cojo la sobrecarga y la ato en un extremo a la boca del saco. Acerco el saco hasta el puente. Cruzo yo que peso 100 kg y el puente aguanta, después estiro de la sobrecarga y arrastro en saco que pesa 80 kg y el puente aguanta. Y después lo llevo al hombro hasta el molino. Problema resuelto.

Mi abuelo empieza a cruzar con la sobrecarga en la mano- me continuaba explicando mi padre- y nada más dar unos pasos, el puente se hundió. Y ahí tienes el acertijo. Tienes que adivinar por qué se hundió el puente.

Busqué docenas de soluciones. Ninguna era buena. En los labios de mi padre se adivinaba muy sutilmente una sonrisilla pícara de aquel que domina todas las soluciones. Yo me enfadaba, pero no reconocía mi derrota. Hasta que un día tomando las diez, sin ningún tipo de rodeos, directamente, le pregunté: ¿por qué se hundió el puente cuando cruzaba el abuelo Isidro si sólo pesaba 100 kg y el puente aguantaba 150?

En la mirada de mi padre se encendió un brillo especial. El brillo de la satisfacción. La satisfacción de aquel que piensa que está haciendo las cosas bien.

Mira hijo. Para resolver los problemas es necesario tener en cuenta los datos. Estoy muy contento de que tú, después de los días que hace del acertijo, todavía te acuerdes de los mismos. El acerijo que te planteé y que yo ya no me acordaba, tiene trampa. Por eso no has encontrado la solución.

Todo viene de un refrán que dice que "omañés prevenido, vale por dos". Mi abuelo Isidro fue muy prevenido y por haberlo sido, valía por dos. Por lo tanto pesaba 200kg y como el puente sólo aguantaba 150, se hundió. No dije nada y sentí que habían jugado con mi inocencia, pero si mi padre estaba contento conmigo, ¿qué más podía pedir?

Un abrazo.

Hola Peña,

Este acertijo tiene solera, porque todavía sigue circulando con
formas diferentes (no mencionan específicamente a tu bisabuelo, lo
cual le quita cierta personalidad:-). Seguro que es tan viejo como
el refrán (el acertijo, no tu bisabuelo)

Por supuesto que hoy en día los padres no pueden torear a los niños
así, al segundo que les has planteado el problema, ya pueden
encontrar la solución conectándose a la red con el teléfono móvil.

Ana

Como los relatos de Peña... los leo más de una vez.... siempre descubro algo nuevo.
Me ha llamado la atención esta vez, los nombres de los valles.... Valle Gordo, Valle Grande, Valle Chico...... desde luego, nombres prácticos, sencillos... como los mismos Omañeses....
Siempre me gustaron los nombres descriptivos, que te dicen algo del lugar....

Hola Ana y B. M.,

Los acerijos casi siempre tienen, además de hacer que nos estrujemos los sesos un rato o provocar la risa estruendosa o sólo dibujarnos una sonrisa, una enseñanza que intenta promover valores como era el caso de éste, basado en un refrán que pretendía ensalzar la previsión. Supongo que cumplió, en parte la función, ya que pasados los años, recuerdo el hecho y hasta los ingredientes de las diez de aquella mañana. Otro valor que han transmitido nuestros antepasados ha sido, como muy bien apunta B. M., la sencillez, demostrada entre otras muchas cosas en la formación de topónimos por opuestos.
En La Lomba tenemos ejemplos, no muchos porque tampoco da mucho de si la orografía: el Monte de Arriba y su opuesto el Monte de Abajo; la Fuente de Arriba y, claro está, la de Abajo; el bago u hoja de Arriba y el de Abajo; las huertas de Arriba y las de Abajo; las Peñas de Arriba y las de Abajo; el Camino Nuevo del Castillo y el Camino Viejo; la Iglesia Vieja y la Iglesia, supongo que aquí ya no se le da el calificativo de nueva, porque ya sólo ella cumple con la función de Iglesia, ya que la Vieja, sólo le quedan en pie las cuatro paredes, y las dos bóvedas de cañón del crucero y ahora funciona como Campo Santo o cementerio; los pros del Río de Arriba y los praos del Río de Abajo, y no había dos ríos. Solo se paseaba en su estrcho valle el río Negro que cuando creaba la posibilidad de hacer un desvío de sus aguas con un pequeño "puerto"se levantaba un molino de agua para mover las pesadas muelas de piedra y convertir en harina el "pan". Hay otros topónimos como los Rozos, que eran tierras de pan que se habían ganado al monte arrancando las tampas y las urces. Eran Rozos porque estaban rozando el monte. Los Quiñones. Eran lotes iguales que se habían repartido en alguna herencia o extensión de zona arbórea que se adjudicaba a cada vecino para tener leña para el año. Se calculaba que todos fueran iguales. También se hacían quiñones para la corta de "fullacos", que servían para hoja y para leña. Peñas del Contador, peñas situadas en zona estrecha y de obligado paso del ganado menudo, donde el pastor podía contar las cabezas de la vecera y saber si algún hatajo se le había quedado atrás. La rodera de la devesa, camino entre robles centenarios que formaban una devesa. El oseo, zona sombría contraria a la solana. Los campares de la Fragua y los Campares de los Molinos, La Molineta. La fuente de la Devesona, enclavada en una devesa de robles. Las Llamas eran praos que no solían tener agua. La Vallina de Llameras, era la única vallina que no tenía alguna fuente. Y para acabar con topónimos Peña Valdevés, que no Peña Mondabés, seguramente porque era ir a aquel mirador y ver de balde una gran panorámica con Castillo incluído.
Un abrazo.


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